Germán tiene 21 años, y nació el 16 de mayo de 2002 en Huesca (Aragón). Eligió estudiar Humanidades en Bachillerato, y actualmente estudia el grado de Estudios Ingleses. Si bien no piensa que haya sido nunca lo que se dice un lector empedernido, recuerda que le gustaban mucho los cuentos cuando era pequeño, hasta el punto de memorizarlos y recitárselos a su familia después. Al pasar los años y crecer, desafortunadamente leía cada vez menos, hasta que los pocos libros que tenía nunca salían de sus estanterías. Al llegar a la Universidad y percatarse de que sus amigas eran lectoras habituales desde hace años (y decentemente cultivadas), comprendió que debía desempolvar esa afición que un día sepultó sin darse cuenta y recuperar el interés y el amor por la lectura.
Nuestra existencia se compone de instantes. Se suceden de forma vertiginosa, sin darnos cuenta. Se nos escapan entre los dedos, como la fina arena de la playa cuando tratamos de agarrarla. Segundos, minutos, horas, días, años,… ¿Toda una vida?
Sea como fuere, el sonido es prácticamente un compañero inseparable de los instantes en la existencia de cualquier ser vivo. A menos que una habitación esté insonorizada al máximo, siempre se oirá algo. Y es un alivio, pues el silencio excesivamente prolongado sumado a la soledad es motivo más que suficiente para el deterioro mental de cualquier persona.
El ruido aporta una esencia a los instantes. Un color. Los pinta de una forma determinada. Se convierten en una especie de distracción para nuestra mente. Una venda transparente que nos tapa los ojos y nos hace seguirle el ritmo a la vida de forma automática, nos guía como el faro a los barcos perdidos entre la oscura niebla de la noche en alta mar. Proyectando su solitario rayo de luz entre el intermitente rugido del oleaje en las negras rocas y afilados escollos de la costa. Supone, pues, una salvación de ahogarse en la inmensa y profunda oscuridad del frío océano por nadie conocido.
Cuando no hay muchos ruidos ni estímulos externos, recae en nosotros tomar la decisión de cómo pasar nuestro tiempo para no caer en el gris agujero del aburrimiento. Se puede mirar algo en el móvil, matando así los minutos como a los bichos con el insecticida. Sin duda esefectivo.
No obstante, hacer esto conlleva un extraño letargo. Una curiosa anestesia que nos hace insensibles al constante flujo del paso del tiempo, y que hace desaparecer el mundo a nuestro alrededor. Hasta que no volvemos a levantar la cabeza, los elementos circundantes dejan de existir para nosotros.
Nos zambullimos en una piscina de agua opaca.
Por otro lado, cuando nos quedamos sentados sin hacer nada y terminamos mirando a un punto fijo, creamos una experiencia interior. Mirando a la nada, acabamos mirando hacia dentro. Nos miramos a nosotros mismos. Quizá imaginemos, reflexionemos, fantaseemos…no importa. El tiempo objetivo y espacio físico pasan a un plano distinto al de nuestro subconsciente. Estamos solos en una barca en medio de un océano sin una sola ola, está atardeciendo y el cielo es de un rosa anaranjado. Solo se oye el calmado y tenue sonido del agua que rodea la pequeña embarcación. ¿Qué será de nosotros? ¿A dónde debemos dirigirnos? ¿Qué debemos hacer? ¿Estamos solos? ¿Habrá alguien más que nos acompañe en el vasto e infinito océano de la existencia…?
De repente, el tren se acerca ruidosamente. Sentimos que no ha pasado tanto tiempo desde que nos sentamos en el andén del metro. Nos sorprendemos en silencio. “¿Dónde tenía la cabeza?”. A saber.
¿Dónde nos habrán llevado esos minutos anaranjados?
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