Fontiveros (Ávila), 1542 – Úbeda (Jaén), 14.XII.1591
Juan de Yepes Álvarez nació en el seno de una familia pobre y humilde de origen toledano. El padre, Gonzalo Yepes, falleció a los tres años del nacimiento de Juan, dejando a su esposa, Catalina Álvarez, con tres niños: Francisco, mayor que Juan, y Luis, el menor, que murió a los pocos años. La familia apenas disponía de lo necesario para sobrevivir trabajando en un elemental telar de buratos. Catalina Álvarez buscó ayuda entre los parientes del difunto marido, trasladándose con sus hijos a los lugares toledanos de origen (Torrijos, Gálvez), pero no halló el apoyo esperado, por lo que al cabo de año y medio regresó a Fontiveros. Allí moría Luis, el menor de los hijos, en fecha desconocida. En busca de solución para sacar adelante a los otros dos, emigró a otros pueblos del contorno, estableciéndose a partir de 1548 en Arévalo (Ávila). Tampoco encontró allí salida para la extrema pobreza que atenazaba a la familia. No mejoró la situación al contraer matrimonio Francisco Yepes, el mayor de los hermanos, con Ana Izquierdo, también de familia humilde.
Cuando Juan rondaba los diez años, la familia realizó el intento definitivo para remediar la emergencia crónica que venía arrastrando. Se trasladó en 1551 a Medina del Campo, donde existían mayores posibilidades no sólo económicas, sino también para la formación de Juan. Efectivamente, al poco tiempo de instalarse la familia en Medina, éste era admitido en el Colegio de los Doctrinos, anejo al convento de la Magdalena. Junto con otros compañeros del mismo centro, Juan tenía que asistir a los servicios religiosos de la iglesia y de la casa y recoger limosnas para el monasterio; éste, por su parte, le procuraba alojo, alimentación, estudios elementales, especialmente la catequesis, y la posibilidad de ejercitarse en algunos oficios manuales, para los cuales el joven demostró poca inclinación y actitudes limitadas.
La permanencia en el Colegio de los Doctrinos le abrió las puertas de otra institución más importante, la del Hospital de la Concepción, o de las bubas, uno de los catorce que funcionaban en la ciudad. Acogido en aquel centro como enfermero y recadero, tuvo oportunidad de conocer mejor los ambientes educativos y culturales de Medina y ampliar los estudios.
Uno de los más prestigiosos era el Colegio de la Compañía de Jesús, inaugurado como filial del de Salamanca hacía pocos años, coincidiendo casi con la llegada de Juan a la ciudad. Alcanzó pronto tal prestigio que dos años después, en 1553, el colegio tuvo que trasladarse a un edificio nuevo. No es posible fijar con exactitud la fecha en que Juan de Yepes inició sus cursos en aquel centro educativo, pero es seguro que fue antes de 1559. Lo frecuentó hasta mediados de 1563, recibiendo en él la formación humanística, dominada por la Retórica, las Artes y materias de Filosofía. Entre sus maestros más renombrados se recuerda al gran pedagogo y humanista Juan Bonifacio.
Cuando Juan contaba veintiún años, interrumpió inopinadamente sus estudios para abrazar la vida religiosa en los carmelitas de Medina. Ingresó en el convento de Santa Ana, inaugurado hacía tres años, a mediados de 1563. Al vestir el hábito religioso, cambió el apellido de familia por el religioso y comenzó a llamársele Juan de Santo Matía. Un año más tarde, y superada la prueba del noviciado, en fecha desconocida, emitió su profesión en la Orden del Carmen.
Arrancar su biografía del marco religioso en el que vivió y trasladarla a otras situaciones incompatibles con ese contexto inmediato equivale a desenfocar la figura y la obra del excelso poeta. Pocos meses después de emitir sus votos religiosos, fray Juan fue destinado con otros compañeros a Salamanca para seguir cursos en aquella famosa Universidad. Se matriculó como artista los cursos correspondientes a los años 1564-1567 y como teólogo el curso de 1567-1568.
Completaba así los estudios realizados en Medina del Campo. No es posible individualizar con exactitud el nombre de los profesores que dieron clase al joven religioso, pero coincidió con un momento de ilustres y renombrados catedráticos. Lo cierto es que siguió los cursos regulares durante los cuatro años de permanencia en Salamanca. Residía en el colegio de la Orden, bajo el patronato de San Andrés. En él, fue nombrado durante algún tiempo “prefecto de los estudiantes”, pero no es seguro que en aquel centro completase los estudios cursados en la Universidad.
Antes de abandonar Salamanca, durante el curso de 1566-1567, recibió la ordenación sacerdotal, cuya fecha exacta es también desconocida.
El proceso normal de su vida como religioso y sacerdote implicaba la culminación de sus estudios de Teología.
Por decisión propia se modificó radicalmente el plan previsto con anterioridad por él y por sus superiores.
Antes de inscribirse para el último curso salmantino 1567-1568, tenía madurada una decisión que iba a cambiar el curso de su existencia. Pensaba dejar la Orden del Carmen y pasarse a la Cartuja. Durante las vacaciones veraniegas de 1567 se trasladó a Medina del Campo para cantar su primera misa en presencia de la madre y demás familiares. Coincidió allí con santa Teresa, que ultimaba trámites y detalles para su segunda fundación femenina, la que seguía a la de San José de Ávila. Habían llegado a oídos de la fundadora noticias de aquel joven religioso y manifestó ardientes deseos de entrevistarse con él. Fue un encuentro trascendental para ambos.
Ella consiguió atraerle a su proyecto de reformar la rama masculina de la Orden, para lo que necesitaba religiosos decididos a secundar sus planes e ideas.
Juan se ofreció con una precisa condición: que no se demorase la realización del proyecto; de lo contrario, él cumpliría su propósito de ingresar en la Cartuja. Las prisas de fray Juan no tenían plazo fijo, sólo que “fuese luego”. Estaba dispuesto a esperar un tiempo razonable. Los dos protagonistas se comprendieron y compenetraron. Un año les pareció plazo aceptable. Juan de Santo Matía lo aprovechó para cursar el primer año de Teología (1567-1568) en Salamanca.
La madre Teresa cumplió su promesa de activar la inauguración de la primera comunidad de carmelitas observantes o reformados. Ambos volvieron a encontrarse durante el verano de 1568, esta vez en Valladolid, donde la fundadora preparaba un nuevo monasterio para sus monjas. Durante un mes estudiaron el proyecto de reforma, discutieron puntos de vista y ultimaron detalles. La fundadora reconocía en carta a su amigo Francisco de Salcedo (6 de julio de 1568) que no siempre coincidían en la visión de las cosas, que fray Juan mantenía con fuerza ciertas ideas, hasta el punto de que “me he enojado con él a ratos”. Pese a todo, para ella era la persona ideal para llevar a cabo lo proyectado.
Así fue realmente. Pasado el verano de 1568, fray Juan se desplazó a Ávila para reunir las cosas más necesarias y desde allí trasladarse a Duruelo (Ávila), donde estaba enclavado el caserío o cabaña, que debería acoger a la primera comunidad masculina de la proyectada reforma. Juan de Santo Matía se esforzó por adaptar la casa lo mejor posible durante los meses de octubre y noviembre. La fundación, compuesta por fray Juan y tres compañeros, se inauguraba oficialmente el 28 de noviembre de 1568. Al renovar su profesión religiosa, según la nueva fórmula, Juan de Yepes cambió otra vez su nombre por el que es universalmente conocido: Juan de la Cruz. La soledad del lugar, la pobreza extrema y la austeridad de vida implantada asustaron a la madre Teresa cuando pasó por allí meses más tarde (cuaresma de 1569) camino de Salamanca (Fundaciones, cap. 14). Mejoraron las condiciones al trasladarse la comunidad en junio de 1570 a una casita más capaz en Mancera de Abajo (Salamanca), donde Juan comenzó a formar a los nuevos candidatos como maestro de novicios.
No había cumplido un año en Mancera cuando regresaba al ambiente universitario. En la primavera de 1571 se le nombraba rector del primer colegio fundado por la incipiente reforma carmelitana en Alcalá de Henares con el título de San Cirilo. Además de organizar y dirigir el colegio, tuvo que desplazarse en más de una ocasión a Pastrana (Guadalajara) para hacer otro tanto con el noviciado que allí funcionaba desde hacía algo más de dos años. Su presencia y actuación en Alcalá impactó a muchos estudiantes de la célebre Universidad que solicitaron ingresar en la reforma teresiana.
Poco más de un año duró la estancia en Alcalá. En la primavera de 1572 regresaba fray Juan a su tierra abulense. La madre Teresa deseaba tenerlo a su lado en el famoso monasterio de la Encarnación, del que había sido nombrada superiora. Llegó fray Juan para hacerse cargo de la dirección de aquellas religiosas, entre las que había vivido tantos años la propia reformadora.
Después de algunos meses de residencia en el convento masculino de la misma ciudad, el nuevo director se trasladó a una casita adosada al monasterio de la Encarnación. Los cinco años pasados allí son de importancia capital, no sólo para fray Juan de la Cruz. El íntimo y prolongado contacto con santa Teresa, llegada por entonces a los grados más encumbrados de su vida interior, constituye un episodio inigualable en la historia de la mística cristiana.
Algunas actuaciones clamorosas de fray Juan fuera del recinto de la Encarnación tuvieron amplia resonancia en los ambientes religiosos de Castilla. La más conocida fue su intervención en el caso de la religiosa agustina de Ávila María de Olivares (marzo de 1574).
Su dictamen, actualmente perdido, llegó a la Inquisición de Valladolid, que reclamó su presencia para justificarlo. El aspecto más importante de su permanencia en Ávila no se refiere a realizaciones llamativas.
Está vinculado a su vida interior y su magisterio espiritual.
De estos años proceden sus primeros escritos, en concreto, algunas poesías, como las glosas Vivo sin vivir en mí y Entréme donde no supe. Brotaron en el clima espiritual creado por santa Teresa al interior y en el entorno de sus monasterios. Algunos billetes espirituales escritos para las religiosas de la Encarnación no han llegado en su redacción primitiva, pero se incorporaron a los Avisos espirituales recopilados más tarde en Andalucía. Otra de las facetas a destacar en su magisterio en Ávila, y más en concreto en su íntimo contacto con santa Teresa, es el papel decisivo de fray Juan en la redacción de las Moradas del castillo interior. En ellas, por primera vez, se atreve la autora a usar el símbolo del amor nupcial para comunicar sus profundas experiencias místicas. Confiesa que debe la sugerencia a un hombre experimentado, es decir, Juan de la Cruz (Moradas, VI, 9, 17). Ambos místicos se condicionaron mutuamente en su producción literaria y mística. Juan de la Cruz rompió a cantar en verso al lado de la madre Teresa; ella enriqueció su vocabulario místico secundando las enseñanzas del teólogo.
El curso sereno y tranquilo de Juan de la Cruz en Ávila se interrumpió y se torció bruscamente a finales de 1577. La noche entre el 2 y el 3 de diciembre era arrancado violentamente de su casita junto a la Encarnación y trasladado a Toledo por los carmelitas de la antigua observancia, entre quienes había vivido cinco años en Medina y Salamanca. Tras un rápido y sumario proceso ante los superiores, fue condenado a cárcel conventual por desobediente y contumaz. Según los religiosos, constituidos en jueces, fray Juan se mantenía firme en su propósito de seguir en las filas de quienes habían secundado la reforma emprendida por la madre Teresa. Según ellos, las más altas instancias de la Orden, como el último Capítulo General celebrado en Piacenza (Italia) en 1575, habían decretado la sumisión total de los descalzos a los calzados.
El conflicto jurisdiccional entre ambas ramas estaba muy enconado y Juan de la Cruz fue una de las víctimas que pagó con sus huesos en la cárcel conventual de Toledo.
Más de ocho meses pasó en una auténtica mazmorra, entre cuatro paredes desnudas, sin espacio vital, sin apenas luz para leer, en absoluta incomunicación y sometido a penitencias y malos tratos. El hambre, el frío primero y el calor luego le llevaron al borde de la muerte. A mediados de agosto de 1578, estudió un detallado plan de fuga, que llevó a cabo durante la octava de la festividad de la Asunción de María. Mientras los religiosos del convento dormían la canícula del agosto toledano, fray Juan se descolgó por una ventana agarrado a unas viejas mantas anudadas. Repuesto del sobresalto al verse encerrado en el huerto de unas religiosas vecinas, logró escalar la cerca y llegar hasta el convento de las monjas descalzas de la ciudad. La comunidad femenina quedó sorprendida por lo intempestivo de la hora y por el aspecto cadavérico del recién llegado. Avisado el benefactor Pedro González de Mendoza, recogió al fraile fugitivo y le retuvo a buen recaudo reponiéndose durante más de un mes.
El triste episodio de la prisión toledana ocupa puesto destacado en todas las biografías antiguas. Es difícil entenderlo si se desvincula de su contexto histórico concreto. Para la posteridad, aquel injusto y dramático encarcelamiento ha sido extraordinariamente fecundo, como tantos otros de las letras españolas. Durante su encierro en la cárcel toledana compuso Juan de la Cruz algunas de sus poesías más excelsas. En el cuadernillo que logró llevar consigo en la huida figuran las siguientes composiciones poéticas: las primeras treinta y una estrofas del Cántico espiritual, el poema de La Fonte, los nueve Romances sobre el Evangelio y otro sobre el salmo Super flumina. Reconstruyendo mentalmente el dramático episodio de la cárcel lo comparaba él mismo al relato bíblico de Jonás y la ballena. Después de tres años se veía “vomitado, como Jonás, en un extraño puerto”, en Andalucía (carta del 6 de junio de 1581). Cuando hacía esta comparación, llevaba ya casi tres años en tierras andaluzas. Viajó desde Toledo, acompañado por dos criados de Pedro González de Mendoza, y se detuvo unos días en el convento de Almodóvar del Campo, donde se hallaban reunidos algunos de sus colaboradores en la reforma del Carmelo Teresiano.
Fue nombrado por ellos vicario o superior del convento solitario del Calvario (Jaén), y allí se dirigió inmediatamente, llegando a finales de octubre o primeros de noviembre de 1578. De camino para su destino, se detuvo unos días en el monasterio de las Descalzas de Beas de Segura (Jaén). Mantuvo desde entonces especial amistad y comunicación con aquellas religiosas, en particular con la superiora, Ana de Jesús, a quien dedicó más adelante el Cántico Espiritual.
Desde su llegada al convento del Calvario visitó regularmente la comunidad de Beas retomando el método de dirección espiritual iniciado años antes en la Encarnación de Ávila. Se conservan algunos avisos espirituales distribuidos como billetes a la comunidad o a alguna de las religiosas en particular. De su estancia en el Calvario son también el opúsculo conocido como las Cautelas y una especie de cartilla con el dibujo del Monte de perfección o Monte Carmelo, del que se servía para amaestrar a sus religiosos y religiosas.
Fue breve su permanencia en el Calvario, ya que antes de cumplir un año recibió orden de preparar una nueva fundación en Baeza (Jaén). Con ese objetivo realizó varios viajes antes de trasladarse definitivamente el 13 de julio de 1579, fecha en que inauguraba dicha fundación, destinada a un colegio universitario similar al que había regido anteriormente (1571) en Alcalá de Henares. Allí le llegó la noticia de la muerte de su madre Catalina Álvarez, acaecida en 1580, a causa del “catarro universal”. Permaneció al frente del colegio hasta primeros de 1582. Durante el rectorado de Baeza realizó dos viajes a Castilla: el primero hasta Alcalá de Henares, en marzo de 1581, para participar (los días 3 al 26) en el primer Capítulo Provincial del Carmelo Teresiano, en él fue erigida la provincia independiente de los calzados. A finales de 1581 viajó desde Baeza hasta Ávila con intención de acompañar a santa Teresa a la proyectada fundación de descalzas de Granada. La encontró gravemente enferma y tuvo que regresar sin ella a Andalucía. Fue el último encuentro de los dos grandes místicos.
Para sustituir a santa Teresa en la fundación granadina se designó a la madre Ana de Jesús (Lobera), superiora de Beas, íntima de fray Juan de la Cruz.
Éste se trasladó desde Baeza a Beas para acompañar a las religiosas destinadas a la fundación de Granada, ayudándoles a instalarse convenientemente. Mientras se ocupaba del asunto fundacional, era elegido por los religiosos de los Mártires su superior. Tomaba posesión del nuevo cargo a finales de enero de 1582. Desde entonces, Granada se convirtió en centro de su vida y de su actividad mientras permaneció en Andalucía. Tuvo la responsabilidad de gobernar la comunidad de los Mártires (Granada) durante tres trienios, realizando obras importantes en la estructura material del edificio y cuidando con especial intensidad la formación espiritual de sus súbditos y de otras personas puestas bajo su dirección, entre ellas, Ana del Mercado y Peñalosa, esposa del presidente de la Chancillería, para quien escribió la Llama de amor viva.
En mayo de 1583 viajó hasta Almodóvar del Campo para asistir a un nuevo Capítulo Provincial, en el que era confirmado en su priorato de Granada.
Cesaba de ese cargo en 1585, pero aumentaban sus responsabilidades de gobierno. En mayo realizó un largo viaje hasta Lisboa para participar en otro Capítulo Provincial en el que fue elegido segundo definidor o consejero de todo el Carmelo Teresiano.
De regreso a Granada, tuvo que desplazarse a varias poblaciones andaluzas (Sevilla, Málaga) y hasta Caravaca (Murcia). En octubre del mismo año, viajó de nuevo a Castilla, hasta Pastrana (Guadalajara), para otra reunión de superiores. Fue nombrado vicario provincial del distrito de Andalucía, cesando en el priorato de Granada, pero fijando allí su residencia.
El desempeño de este nuevo cargo le obligaba a viajes y desplazamientos casi continuos. Juan de la Cruz se volvió “fraile andariego” muy a su pesar. En este sentido, fue excepcional el año 1586. Aparte de otros viajes por Andalucía, se trasladó dos veces a Caravaca (enero y diciembre). En marzo de 1587 volvía a la misma población, después de haber viajado a Madrid (febrero) y Valladolid (abril). En el capítulo celebrado en esta última ciudad cesaba en sus cargos de definidor y vicario provincial, pero era nombrado prior de Granada por tercera vez. En abril del año siguiente, 1588, viajó hasta Madrid para asistir al primer Capítulo General del Carmelo Teresiano. Era elegido para formar parte del nuevo gobierno central, llamado “Consulta”, con sede en Segovia. Tenía que regresar a Castilla.
Antes del traslado definitivo, tuvo que ultimar sus compromisos en Andalucía, especialmente en Granada.
En aquella ciudad había compuesto la mayor parte de sus escritos. Cuando llegó a Granada en 1582 tenía comenzada la obra más extensa, la Subida del Monte Carmelo, pero no la continuó de manera regular, sino con grandes interrupciones, sin llegar a completarla nunca, ya que quedó incompleta. Durante algún tiempo alternó su composición con otro escrito importante, el Cántico espiritual, concluido a finales de 1584 y dedicado a la madre Ana de Jesús. Años más tarde, entre 1586 y 1588, refundió esta obra en una segunda redacción, la conocida como Cántico B o de Jaén. Una copia del Cántico B explícitamente datada en 1593 fue hallada por José Guillermo García Valdecasas en 1991.
En Granada escribió también la Noche oscura del alma, prolongación o complemento de la Subida del Monte Carmelo. Es posterior a ésta, pero tampoco la remató, dejando incompleto el comentario al poema homónimo al comenzar la estrofa tercera.
Siendo vicario provincial de Andalucía (1585-1586), y en un intervalo de quince días entre sus continuos viajes, compuso la Llama de amor viva, comentario a la poesía escrita con anterioridad para la distinguida señora Ana del Mercado y Peñalosa.
Pocos meses antes de su muerte, residiendo en el convento de la Peñuela (Jaén), revisó también esta última obra, por lo que ha llegado en dos redacciones diferentes.
Después de diez años en Andalucía, Juan de la Cruz volvía a Castilla en agosto de 1588, estableciendo su residencia en Segovia, con los cargos de superior de la casa y presidente de la “Consulta”, en ausencia del general, Nicolás de Jesús María (Doria).
A primeros de marzo de 1589 regresaba a Granada para traspasar el priorato a su sucesor, retornando a Segovia tres meses más tarde. Las frecuentes reuniones de la “Consulta” en Madrid le obligaban a repetir los viajes a la capital. Allí se celebró un Capítulo General Extraordinario en junio de 1590, en el que participó fray Juan de la Cruz, manifestando opiniones contrastantes con las del superior general, lo que dio origen a un progresivo distanciamiento entre ambos.
Éste quedó patente en la nueva reunión general del año siguiente, celebrada también en Madrid (junio de 1591). Fray Juan cesaba de todos sus cargos y volvía como súbdito a Segovia, después de haberse ofrecido para pasar a México, donde la Orden contaba ya con varios conventos. En agosto del mismo año emprendía viaje para Andalucía, y mientras se preparaba la expedición en la que debía partir para México, se retiró al convento solitario de la Peñuela (La Carolina, Jaén), a donde llegaba el 10 de agosto. A vuelta de un mes, se sintió enfermo y el 28 de septiembre viajaba a Úbeda para curar la grave infección de una pierna.
Siguió agravándose el mal y, después de penosa enfermedad, fallecía a las doce de la noche del 13 al 14 de diciembre de 1591. Sus restos fueron trasladados a Segovia en mayo de 1593; allí reposan en magnífico mausoleo, obra de los talleres Granda. En 1614 se iniciaron los procesos para su beatificación y canonización, concluyéndose en 1630. La primera edición de los escritos se publicó en Alcalá en 1618. La beatificación se retrasó hasta el 27 de enero de 1675 y la canonización, hasta el 27 de diciembre de 1726. El 24 de agosto de 1926 fue proclamado doctor de la Iglesia universal por Pío XI. Juan Pablo II le nombró patrono de los poetas españoles en marzo de 1993.
Eulogio Pacho Polvorinos
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