Paniza (Zaragoza), 30.III.1900 – Madrid, 22.I.1981
Uno de los espacios que pudo abrir al pasar a la Fase I fueron los archivos y bibliotecas, y con tal motivo traemos el recuerdo de una de las archiveras y bibliotecarias más distinguidas de la historia de España: María Moliner.
Una Real Orden del 2 de septiembre de 1910 permitía a las mujeres concurrir a las oposiciones del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Una de las pioneras fue precisamente Moliner, quien, tras licenciarse en 1921 en Filosofía y Letras, con sobresaliente y Premio Extraordinario, consiguió sacar la oposición en 1922. Trabajó primero en el Archivo de Simancas y, después, en el Archivo de la Delegación de Hacienda de Murcia. En 1946, pasó a dirigir la biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid y, a partir de entonces, empezó a concebir su gran obra: el Diccionario de uso del español, que vio la luz entre 1966 y 1967.
La vida de María Moliner comienza en Paniza, en la provincia de Zaragoza. Hija del matrimonio formado por Enrique Moliner Sanz, médico, y Matilde Ruiz Lanaja, padres de otros dos hijos, Enrique y Matilde. A pesar del abandono paterno del hogar familiar —hacia 1914—, tanto María como sus hermanos cursaron estudios superiores.
Tres etapas se pueden describir en su vida: la primera, la de su educación y formación universitaria, se desarrolló principalmente entre Madrid y Zaragoza, de 1900 a 1921. En la capital, estudió en la Institución Libre de Enseñanza, a cuyos principios (el krausismo, el laicismo, el liberalismo político, el regeneracionismo, la enseñanza integral) fue fiel a lo largo de toda su vida. Entre 1910 y 1915 realizó, como alumna no oficial, los primeros exámenes del bachillerato en el instituto general y técnico Cardenal Cisneros de Madrid; obtuvo el título, como alumna oficial, en el instituto general y técnico de Zaragoza en 1918. Y fue en la Universidad de esta ciudad donde cursó los estudios de Filosofía y Letras, en la especialidad de Historia, la única existente en esos momentos. Se licenció en septiembre de 1921 con sobresaliente y Premio Extraordinario.
El período comprendido entre 1922 y 1946 constituyó la etapa de su plenitud tanto profesional como personal. En 1922 ingresó por oposición en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, lo que determinó una sucesión de destinos laborales en su carrera como bibliotecaria, primero en el Archivo de Simancas, y luego en Murcia, en el Archivo de la Delegación de Hacienda. En Murcia conoció a Fernando Ramón y Ferrando, catedrático universitario de Física, con el que contrajo matrimonio en 1925. Y fue en esta ciudad donde nacieron sus dos hijos mayores.
Con los comienzos de la década de 1930 se trasladó con su familia a Valencia; su nuevo destino laboral: el Archivo de la Delegación de Hacienda.
Su estancia en Valencia fue sumamente fecunda: en lo personal, vivió el nacimiento y la crianza de sus dos hijos pequeños; en lo profesional, la participación activa en la política cultural y educativa de la Segunda República.
Entre 1930 y 1939 ocupó los cargos más relevantes que obtuvo a lo largo de su carrera: participó en la Escuela Cossío (centro inspirado en el modelo pedagógico de la Institución Libre de Enseñanza) como profesora de Literatura y Gramática, como vocal de su consejo director y como secretaria de la Asociación de Amigos; colaboró en las Misiones Pedagógicas de la República y en la organización de las bibliotecas rurales; dirigió la Biblioteca de la Universidad de Valencia (1936-1937) y, luego, la Oficina de Adquisición y Cambio Internacional de Publicaciones; asimismo fue vocal de la sección de bibliotecas del Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico.
Fue entonces cuando escribió una comunicación para el II Congreso Internacional de Bibliotecas y Bibliografía (1935) con el título Bibliotecas rurales y redes de bibliotecas en España, unas Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas (1937) y un Proyecto de Bases para la Organización de las Bibliotecas del Estado (1939), las dos últimas publicadas como anónimas.
Con el fin de la Guerra Civil, tanto su marido como ella sufrieron represalias políticas: él fue suspendido de empleo y sueldo (no fue rehabilitado hasta 1946); ella perdió dieciocho puestos en el escalafón del Cuerpo de Archiveros (recuperó su categoría en 1958).
En 1946 comenzó a dirigir la biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid (allí permaneció hasta el momento de su jubilación, en 1970). En ese año se inició la tercera etapa de su vida —que transcurrió íntegramente en Madrid—, en la que concibió y llevó a cabo el Diccionario de uso del español (1966-1967), uno de los diccionarios más importantes y renovadores de la lexicografía española, al que dedicó más de quince años de su existencia.
En 1972 fue propuesta como candidata para ocupar un sillón en la Real Academia Española, acontecimiento que creó un gran interés y expectación en la prensa. Entre los académicos, contó con el apoyo de Rafael Lapesa y Pedro Laín Entralgo. Competía con la candidatura del eminente filólogo Emilio Alarcos Llorach, quien, finalmente, resultó elegido. No aceptó una nueva candidatura.
Hacia 1975 enfermó de arteriosclerosis cerebral. Ya no recuperaría la lucidez. Murió en Madrid el 22 de enero de 1981, a causa de una enfermedad respiratoria.
María representa el modelo de mujer intelectual del siglo XX: pionera universitaria en su juventud, con resultados muy brillantes, dotada de sobrada energía para ejercer una labor profesional hasta los setenta años de edad y compaginarla, responsablemente, con el cuidado de su familia; comprometida con la sociedad progresista de la década 1930, en la que llegó a desempeñar cargos públicos relevantes; y, por si todo ello fuera poco, creadora de una gran obra.
De su personalidad hay que destacar numerosos valores: inteligencia, intuición, tenacidad, capacidad de esfuerzo, espíritu de lucha, afán de superación y honradez profesional.
El Diccionario de uso del español constituye su gran mérito como lexicógrafa. Formado por dos volúmenes (de la A a la G, y de la H a la Z) y publicado por Gredos, editorial de gran prestigio filológico, en la sección de “Diccionarios” de la colección “Biblioteca Románica Hispánica”, dirigida por Dámaso Alonso.
Los expertos coinciden en señalar la importancia y originalidad de la obra. Así, para Manuel Seco, “[l] a irrupción del Diccionario de uso en el paisaje lexicográfico español supuso una revolución. Era algo auténticamente nuevo y original. No porque fuesen enteramente inéditas todas sus características, sino porque por primera vez aparecían algunas de ellas conjugadas en una organización unitaria, junto con otras que sí constituían verdadera novedad” (M. Seco, 2003: 396). La singularidad del diccionario es fruto del objetivo que se marcó la autora: hacer de su obra no sólo un instrumento para descodificar mensajes —propósito de cualquier diccionario de lengua clásico—, sino también un instrumento para codificar, es decir, para formular mensajes mediante la selección de las voces apropiadas. Los dos elementos principales de que dotó al diccionario para brindar esta función al lector son, por una parte, los “catálogos de sinónimos y palabras afines” y, por otra, las notas de información sintáctica —sobre construcción y régimen preposicional— y de información pragmática —sobre la situación o el contexto de la comunicación— que aparecen en numerosas entradas. La novedad de esta aportación se completa, según Manuel Seco, con la labor de revisión de las definiciones que llevó a cabo María Moliner: “la autora se impuso el trabajo de revisar las definiciones heredadas, una por una, en todas las unidades léxicas, con la mira puesta en la claridad del lenguaje expositivo, en la precisión de los matices y en la evitación de los habituales círculos viciosos” (M. Seco, 2003: 397).
Muchos traductores y escritores utilizan, en su labor creadora, el “Diccionario de María Moliner”, nombre con el que comúnmente es conocido. Y no pocos lo han elogiado, así como a su creadora: Miguel Delibes, Francisco Umbral, Juan Marsé, Fernando Savater...
En especial, fue García Márquez quien contribuyó a rodear de una atmósfera mágica la figura de María en su artículo periodístico “La mujer que escribió un diccionario”.
La obra tuvo numerosas reimpresiones, se editó por primera vez en CD-ROM en 1996, y ha sido revisada y aumentada dos veces (en 1998 y en 2007) por la misma editorial, partiendo de los propios proyectos y aportaciones de la genial lexicógrafa, que siguió trabajando en ella tras su primera aparición con miras a una segunda edición: pues “[u]n diccionario no es nunca obra acabada, porque la lengua no se estanca, es continuamente caudal en movimiento, y un diccionario de autor puede morir con él, quedar concluso para siempre y convertirse en sólo referencia histórica” (G. Salvador, 2008: 72).
Los especialistas han señalado esta necesidad de actualización de que habla Gregorio Salvador (transcurrieron más de treinta años entre la primera y la segunda edición), y han destacado el respeto a la concepción original con el que se han realizado las revisiones por parte de los editores: “[l]a enfermedad y la muerte no le permitieron [a María Moliner] realizar, como deseaba, la revisión de su obra. La que ahora ha llevado a cabo la Editorial Gredos, respetuosa y enriquecedora a la vez, es ejemplar” (M. Seco, 2003: 397).
Joaquín Dacosta Esteban
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