Contrariamente al confinamiento forzoso y puntual en el que hemos estado inmersos, hubo quien decidió voluntariamente el aislamiento del «mundanal ruido» buscando vital inspiración en la disciplina de la vida cartuja y en la entrega a Dios.
Manuel Bayeu y Subías ingresó en la Orden Cartuja en la veintena, desarrollando gran parte de su producción en diversos edificios monásticos como la Cartuja de las Fuentes o del Aula-Dei (Aragón) o Valldemosa (Baleares). Encontró en su oficio de pintor la prolongación de su existencia religiosa desarrollando, tanto en fresco como en lienzo, programas iconográficos de asunto divino que tan bien conocía.
Pese a su confinamiento, estuvo al corriente de las tendencias pictóricas del momento, no en vano mantuvo contacto con sus dos hermanos pintores, Francisco y Ramón, y con su genial cuñado Francisco de Goya.
Nació en la casa familiar de la calle de la Cuchillería de Zaragoza. Fue el quinto de los nueve hijos que tuvo el matrimonio formado por Ramón Bayeu Fanlo, natural de Bielsa (Huesca), maestro lancetero (hacía instrumental de cirugía y barbería), y María Subías Domínguez, de Zaragoza. Al día siguiente de nacer fue bautizado en la parroquia de la Seo. Actuó como padrino un muchacho vecino suyo, Braulio González y Lobera, que unos años después fue un destacado pintor zaragozano y mantuvo una gran amistad con los Bayeu. Era Manuel seis años más joven que Francisco Bayeu y cuatro mayor que Ramón.
Debió de realizar su formación con José Luzán y con su hermano Francisco, a partir de 1754, aproximadamente.
En 1755 y 1757 murieron el padre y la madre, con lo que todos los hermanos Bayeu quedaron a cargo del joven Francisco, el mayor, que tuvo que velar por sus hermanos menores. Manuel marchó a Madrid en abril de 1758, acompañando al resto de la familia, cuando Francisco se trasladó para disfrutar una pensión concedida por la Real Academia de San Fernando. El 6 de octubre de 1758, Manuel y Ramón fueron inscritos en dicha institución como alumnos; pero poco duró su aprendizaje en ella, pues el enfrentamiento de Francisco con Antonio González Velázquez y su inmediata sanción por la Academia forzaron el retorno de la familia a Zaragoza. Durante los años 1759 y 1760 siguió aprendiendo con Francisco y ayudándole en los importantes encargos pictóricos de éste. Seguiría su estilo, pero de forma más tosca y dura. En esos años, los trabajos de Francisco para la cartuja de la Concepción y para la de Aula-Dei, cercanas ambas a Zaragoza, permitieron al joven Manuel conocer de cerca la vida religiosa cartujana y sentirse inclinado a ella. El 3 de diciembre de 1760, fray Manuel Bayeu, como se llamó a partir de entonces, ingresó como probante de donado en la cartuja de Las Fuentes, junto a Lanaja y Sariñena (Huesca). El día de la Asunción de 1762 hizo ya la donación en dicha cartuja. Pero no se quedó como un simple donado, es decir, como persona que prestaba servicios a la cartuja sin hacer profesión, sino que perseveró en la vida religiosa y diez años después pasó a hermano converso o lego, haciendo su profesión solemne el 29 de junio de 1772. Allí residiría ya la mayor parte de su vida, salvo la estancia que hizo en la cartuja de Valldemosa (Mallorca); pintó para su cartuja, para otras de la Orden, para iglesias aragonesas y particulares. Su hermano Francisco no se olvidó nunca de él, y regularmente le hizo envíos de tabaco, chocolate, quina para remediar las fiebres tercianas y dinero por mediación de amigos comunes, especialmente de Martín Zapater, a quien fray Manuel apreciaba mucho y con el que se sinceraba en las cartas que le enviaba.
La principal beneficiaria de su Pintura fue la cartuja de Las Fuentes, donde llegó a pintar unos 2.000 metros cuadrados de pinturas murales en la iglesia, el claustro, las capillas y otras dependencias del cenobio.
Y ello fue posible gracias a que, aun a pesar de las limitaciones que la regla cartujana imponía a los religiosos legos, los priores le concedieron libertad para dedicar bastante tiempo a pintar, pues era la cartuja la primera interesada en beneficiarse de las dotes de fray Manuel para hermosear el complejo monástico, recién terminado, con sus pinturas. Su aislamiento cartujano no le impidió estar al tanto de los acontecimientos políticos, sociales, religiosos y artísticos de la España de la época, gracias a la correspondencia epistolar que mantuvo con sus hermanos Francisco y Ramón, y con zaragozanos ilustres como Martín Zapater o Juan Martín de Goicoechea, que le enviaban periódicos, le referían por carta los sucesos más sobresalientes acaecidos y le visitaban cuando iban a cazar a los entornos de la cartuja monegrina. La comunidad cartujana de Las Fuentes se benefició en bastantes ocasiones de los contactos exteriores y las amistades de fray Manuel, que hizo las gestiones oficiales y particulares que le pidieron sus sucesivos priores.
Las pinturas que dejó en la cartuja de Las Fuentes forman el núcleo de su producción pictórica. Tras unos primeros años en la década de 1760, en los que debió de pintar poco, pues estuvo más volcado en su formación religiosa y en la realización de tareas domésticas, encomiendas a los donados y legos, a finales de esa década comenzó la decoración pictórica de las dependencias de la cartuja, que le ocuparon, con períodos de interrupción, hasta 1796; es decir, casi treinta años de su vida.
Contó con la colaboración de ayudantes para las labores de preparación de soportes y pinturas, pero también intervinieron en partes de sus pinturas que delatan mayor descuido. Se sabe que el pintor barbastrense Diego Gutiérrez, formado con Francisco Bayeu en Madrid, fue acogido por fray Manuel en la cartuja en una época en que estaba enemistado con su padre, en torno a 1770, y colaboró con él. Después tuvo como ayudante a Pedro Martínez. Se valió, como modelos, de bocetos y obras hechas por su hermano Francisco, a quien copió con frecuencia, y que le sirvieron de estudio para sus obras, pero también de Goya, a quien pidió modelos al poco de llegar éste a Madrid.
La decoración pictórica de la iglesia de la cartuja de Las Fuentes debió de comenzarla fray Manuel hacia 1768, y la concluiría hacia 1777. Estaba consagrada a la Virgen, en la advocación de Nuestra Señora de las Fuentes, y por ello fray Manuel pintó al fresco un ciclo mariano en las bóvedas de la nave —Presentación de María en el templo, Desposorios, Anunciación, Visitación— y del presbiterio —Asunción—, y en la cúpula sobre el crucero unas alegorías de las cuatro virtudes cardinales, con las cuatro mujeres fuertes de la Biblia en las pechinas. En los muros perimetrales de la iglesia, en cuadros enmarcados, desarrolló un ciclo de la vida y pasión de Cristo. En la capilla del trasagrario, o “Sancta Sanctorum” existente en todas las cartujas detrás del altar mayor, pintó en los sectores de la cúpula a los cuatro evangelistas, copiando modelos de su hermano Francisco, y en las pechinas a los cuatro padres de la Iglesia occidental. En la tribuna destinada a los hombres varones y adosada a la iglesia retrató a los favorecedores del monasterio, los Perandreu, con sus armas, y representó a Dios Padre creador rodeado de los símbolos del Zodíaco en la cúpula de dicha tribuna, y otras referencias al Credo en los medios puntos. En la sacristía pintó a diversos santos aragoneses.
Una vez concluida la decoración de la iglesia, en los años finales de la década de 1770 pintaría al óleo sobre lienzo un ciclo con escenas de la vida de san Bruno para decorar los muros del claustro grande; se conservan diecisiete de los cuadros que la integraban en el Museo de Huesca. A partir de 1784 y hasta 1788 aproximadamente, procedió a realizar la decoración del claustro de las capillas, con alegorías de virtudes y ángeles en las bóvedas de plato, y los retratos de los priores de la cartuja de Las Fuentes dentro de óculos en los medios puntos bajo las bóvedas. Paralelamente, en el período comprendido entre 1780 y 1796, trabajando tres o cuatro meses por año, decoró diez de las capillas que se distribuyen en torno a ese claustro. En la capilla de San Bruno se autorretrató fray Manuel junto a su ayudante.
En la década de 1780, y siempre en función de su salud, muy quebrantada por las fiebres tercianas (paludismo) que periódicamente padeció, al igual que otros monjes de la cartuja, pues era enfermedad endémica en la comarca de los Monegros, y del permiso u orden de sus superiores, fray Manuel trabajó para fuera de su cartuja. Ya lo debía de haber hecho con anterioridad, pero la realización de dos cuadros para la cofradía de la Candelaria, que tenía su capilla en la iglesia del convento del Carmen Calzado de Zaragoza, provocó en marzo de 1779 un serio incidente con algunos de los pintores de la ciudad —Luzán, Eraso, Gutiérrez y Périz—, que acusaron al pintor cartujo de competencia desleal, pues ellos tenían que pagar impuestos a la Real Contribución por los cuadros y las pinturas que realizaban, y fray Manuel no pagaba esos impuestos por su estatus religioso. Los pintores zaragozanos reclamaron, por indicación de Ramón de Pignatelli, al prior de Las Fuentes, superior de fray Manuel Bayeu, y éste, respaldado por su hermano Francisco, remitió un memorial de queja a la Real Academia de San Fernando. Esta institución, en junta particular de 2 de mayo, consideró injustificadas la actitud y las pretensiones de los pintores zaragozanos, y apoyaron la actuación de fray Manuel, al que remitieron un escrito en el que le comunicaban que podía pintar libremente cualquier obra que le pareciera y le permitiera su prior, tanto para su monasterio como para cualquier otro lugar.
Ello le dejó total libertad para asumir encargos foráneos, tanto de iglesias como de particulares. Así, en 1779-1780 pintó a San Victorián en el altar que la cofradía había hecho en la iglesia nueva de Santa Cruz de Zaragoza, una de sus pinturas más conseguidas, y una Visitación para la capilla de San Joaquín del Pilar.
Proyectó y decoró la capilla de San Pedro Arbués de la iglesia parroquial de Lalueza (1779-1787), próxima a su cartuja de Las Fuentes. También se trasladó a la cartuja de Aula-Dei, inmediata a Zaragoza, para pintar al óleo sobre el muro una serie de pinturas en las capillas de San Bruno, San Juan Bautista y la Sagrada Familia, de mediana calidad, debido a la rapidez con la que debió de pintar y al empleo de ayudante. Pintó también para la catedral de Huesca los cuadros que presiden los altares: San Gil (1780), cuadro que, según la tradición, pintó en un solo día, La Santísima Trinidad (1788) y San Andrés (c. 1792).
En 1791, fray Manuel proyectó la reforma de la cabecera de la catedral de Jaca, eliminando el ábside románico central y dejando un presbiterio profundo y detrás, el coro, que no llegó a colocarse entonces. Una vez concluida la obra arquitectónica, en 1792 hizo al fresco, entre mayo y octubre, toda la decoración mural de la nueva cabecera neoclásica de la catedral jacetana. En la cúpula pintó a San Pedro exaltado en la Gloria, con la Santísima Trinidad y santos, y en las pechinas, las figuras alegóricas de la Fe, la Caridad, la Penitencia y la Perseverancia. El boceto para la cúpula lo conserva la Sociedad Económica Aragonesa en su sede de Zaragoza. En los muros laterales del presbiterio pintó la Triple negación de San Pedro en el muro izquierdo; en el muro curvo del ábside, hoy tapado por el gran órgano, Cristo entrega las llaves a San Pedro, y en el de la derecha, La pesca milagrosa.
En septiembre de 1796, fray Manuel había estado en Barcelona y trató al grabador Pascual Pedro Moles, director de la Academia de la Lonja de la Ciudad Condal, a quien regaló el Autorretrato que tiene el Museo de Arte de Cataluña, procedente de dicha institución; asimismo, conoció al conde de Fuentes, que estaba allí por asuntos particulares. Durante ese verano de 1796, antes de acercarse a Barcelona, debió de estar pintando en la cartuja de Escala-Dei, junto a Prades (Tarragona); ya lo había hecho con anterioridad, quizás en 1794 o 1795, y pintó el San Bruno que sería grabado por Rafael Esteve a partir del dibujo hecho por José Camarón, por encargo de dicha cartuja catalana, grabado con el que consiguió Rafael Esteve, el 6 de marzo de 1796, su nombramiento de académico de mérito en grabado por la Academia de San Carlos de Valencia.
Hacia 1796-1797, siendo priora sor Juana María Lorés y Villanova, fray Manuel Bayeu pintó en el real monasterio de Sijena (Huesca) el llamado salón prioral, del trono o sala pintada, como la llamaban las monjas; el conjunto quedó destruido por el incendio intencionado en julio de 1936. Sus muros presentaban los retratos pintados al fresco de sucesivas prioras desde el siglo XIV, pero enmarcados con medias cañas, de manera que parecían lienzos. También entabló gran amistad con la familia Ric de Fonz (Huesca), en concreto con Miguel Esteban Ric, barón de Valdeolivos, y con su hijo, Pedro María Ric. En octubre de 1797, por invitación de éste, estuvo en Fonz para descansar y reponerse de las tercianas que había padecido. Entonces hizo el retrato de Pedro María Ric. Con anterioridad ya había hecho los de María Francisca Ric y Miguel Ric y Ejea; además, pintó para los Ric varios cuadros de asunto religioso, que se conservan en la casa palacio de Fonz.
El Museo de Zaragoza posee, procedente del convento de carmelitas descalzos de San José de Zaragoza, una Inmaculada Concepción y un San José carpintero, de forma oval, que están entre lo mejor de su producción, y que podrían datarse a finales del siglo XVIII o primeros años del XIX.
Unos años después, en 1804, cumpliendo una orden de sus superiores, fray Manuel Bayeu, acompañado por su ayudante Pedro Martínez, marchó a Mallorca, en concreto a la cartuja de Valldemosa, para decorar la iglesia, recién terminada, con un ciclo de pinturas al fresco (1804-1805) semejante al que había desarrollado en la iglesia de la cartuja de Las Fuentes, repitiendo escenas y composiciones. Pintó en la bóveda de la iglesia y del presbiterio cinco escenas de la vida de la Virgen, y en la cúpula, La Gloria, en composición muy semejante a la que unos años antes había pintado en la cúpula de la catedral de Jaca. La edad, sesenta y cuatro años al llegar, la salud quebrantada y el cansancio se notan en las pinturas de esta iglesia, más torpes y descuidadas que las que unas décadas antes había hecho en su cartuja aragonesa. También pintó en 1805 una serie de lienzos religiosos para la ermita de Betlem, en Artá, las estaciones de un Via Crucis para la ermita de La Trinidad de Valldemosa (c. 1806) y diversos cuadros de santos para particulares de la isla. Con motivo de su estancia, fray Manuel trabó una estrecha amistad con Gaspar Melchor de Jovellanos, que estaba preso desde 1801 en el castillo de Bellver por orden de Godoy, con su secretario, el clérigo Antonio Martínez Marina, y con Tomás de Verí. Se conservan siete cartas dirigidas por Jovellanos a fray Manuel durante la estancia de éste en Mallorca, donde aborda desde asuntos artísticos y estéticos hasta otros más humanos.
Jovellanos admiraba su manejo y destreza con los pinceles, pero desde planteamientos academicistas y clásicos le censuraba al pintor cartujo su incorrección, “no por falta de conocimiento en el dibujo, sino de reflexión y detenimiento, así en la composición como en la ejecución de sus ideas. Con decir que pinta sin bosquejar, todo está dicho”, como escribe en su diario. Se sabe que, entre otras obras, le pintó una Inmaculada. En marzo de 1806, fray Manuel ya había terminado la decoración de la cartuja de Valldemosa y esperaba la orden de sus superiores para retornar a su cartuja, pero hasta julio de ese año no abandonó la isla de Mallorca para volver a la Península.
No se sabe con exactitud ni cuándo ni dónde murió, pero lo más probable es que muriera en 1809, durante la ocupación francesa, y, quizás, en Zaragoza, a consecuencia del segundo sitio.
Arturo Ansón Navarro
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