Cádiz, 10.VI.1760 – Madrid, 6.II.1821
Quien fuera director de la Real Academia de la Historia –y como tal espléndidamente retratado por Goya–, sufrió arresto domiciliario al no colaborar con los franceses tras los acontecimientos de 1808 que le sorprendieron en Madrid.
Vargas Ponce aprovechó el tiempo de la reclusión en su domicilio para ordenar y revisar sus trabajos de tipo histórico y literario, ultimar textos que no había podido concluir así como traducir y publicar varias obras.
Este breve episodio de su intensa biografía es muestra de cómo puede emplearse este tiempo y estas circunstancias que nos han tocado vivir.
Hijo de Tomás de Vargas, auditor de Marina del departamento de Cádiz, y de Josefa Ponce, en su juventud sus padres se preocuparon porque tuviese la más completa y esmerada educación en Ciencias, Humanidades y Lenguas, destacando en todas las disciplinas. Desde muy joven dominó las tres lenguas vivas más importantes en la España del momento, el francés, el inglés y el italiano, extendiendo estos conocimientos más adelante al latín y al lemosín. Se sabe por él mismo de su temprana afición por la literatura y la historia que le llevaron a realizar traducciones del francés que no se conservan. La primera dentro del grupo de las literarias, realizada con sólo trece años, fue la del primer tomo de Las mil y una noches a la que siguió en 1775 la de la tragedia Electra (1708) de Prosper Jolvot de Crébillon en endecasílabos de arte mayor castellano, el primero también de sus trabajos poéticos conocidos. Entre la elaboración de una y otra, tuvo ocasión de leer la Historia de Ambas Indias del abate Guillaume-Thomas Raynal (1770) en la que se criticaba la labor de España en América. Movido del sentido patriótico que inspiraría toda su vida y su obra, tradujo Los seis viajes... de Jean Baptiste Tavernier en la parte referida a las Indias Holandesas con el ánimo de establecer una comparación entre los colonizadores de ambas naciones, lo que sus posteriores actividades no le permitirían acometer.
Apasionado en igual medida por las matemáticas, realizó en 1776 una crítica al tratado de aritmética del preceptor Juan Antonio Cañaveras que un alumno destacado de éste, Patricio Noble, se vio obligado a defender, siendo a su vez rebatido por Vargas. Escrito que, conocido por Cesáreo Fernández Duro, fue calificado de modelo de ponderación polémica y de valiosa noticia y juicio de todos los autores españoles que hasta aquella época habían publicado cursos de esa materia.
Su sentido crítico y la necesidad de manifestarlo encontraron en su facilidad para la versificación un instrumento ideal que seguiría utilizando durante su vida, componiendo este mismo año una sátira en tercetos contra las costumbres afrancesadas de la juventud de la época y planeando mantener correspondencia literaria con otros ilustrados como Jovellanos, el duque de Rivas o Fernández de Navarrete que pronto se convertirían en sus amigos. De esta época data ya su amistosa relación con su paisano José Cadalso, con quien le unían tantas afinidades y cuyas Cartas Marruecas, aún inéditas, conoció. En 1777 le dirigió una larga carta en prosa y verso en la que exponía el panorama del teatro español contemporáneo y se manifestaba por vez primera como contrario convencido a las corridas de toros. Esta correspondencia continuaría hasta la muerte del coronel Cadalso ocurrida al ser herido por un casco de metralla en el campo de San Roque mientras escribía a Vargas (26 de febrero de 1782) una carta que éste conservaría siempre.
En compañía del erudito canónigo de Tarragona Carlos Posada, realizó en 1779 un viaje artístico por diversas provincias y destino final en Monserrat del que redactó una cumplida memoria.
Tras haber profundizado en el estudio de las matemáticas puras, compuso un tratado práctico de cálculo mercantil para el uso de los comerciantes gaditanos, desaparecido como casi todas las obras tempranas de Vargas. No abandonó por este motivo sus aficiones históricas ya que, con ocasión de los premios instituidos por la Academia Española en 1778 que, sin embargo, ese año se declararían desiertos, escribió Elogio de Felipe V.
Hijo de un auditor del Cuerpo y hermano menor de Francisco, a la sazón capitán de navío, José de Vargas sentó plaza de guardiamarina con veintidós años en el departamento de Cádiz (4 de agosto de 1782), tras haberse examinado de una sola vez de todas las asignaturas mostrando una preparación muy superior a la del resto de sus compañeros y que completarían Vicente Tofiño en matemáticas y José Carbonell y Fogase, ex jesuita y bibliotecario de la Real Compañía en el estudio de latinidad. A sus viejos maestros y condiscípulos de estudios clásicos y franceses retrató literariamente con esta ocasión en un trabajo en prosa y verso que no llegó a imprimir y que parodiaba una misión en la Luna.
Con motivo de los preparativos del asedio de Gibraltar, y ante la posibilidad de que asistiesen a él el conde de Artois y duque de Borbón, fue nombrado para la guardia de honor del primero, que acabaría convirtiéndose en Luis XVIII, y con esta ocasión preparó cuatro disertaciones, en francés y en español.
Ninguno de los dos príncipes franceses vendría a España y Vargas fue destinado a petición propia de ayudante e intérprete del aventurero príncipe de Nassau-Sieghen, a quien se dio el mando de la batería flotante Tallapiedra en la que también embarcó su artífice, el ingeniero d´Arçon. En vísperas del asalto final escribió una carta a la Academia Española que debía abrirse en el caso de que su último trabajo, un Elogio de D. Alfonso el Sabio resultase premiado, lo que efectivamente sucedió, convirtiéndose en su primera obra publicada. Realizado el ataque conjunto contra la plaza, Vargas fue uno de los escasos supervivientes de la flota que resultó incendiada y hundida (13 de septiembre de 1782), noticia que no llegó a Madrid, por lo que la creencia en la muerte de su autor fue determinante para la concesión del premio académico citado concedido “a la elocuencia” (15 de octubre de 1782) y que sería contestado por un compañero de armas, Antonio Federici, creyendo muchos contemporáneos que Vargas no era su verdadero autor. La defensa por la que demostró haber seguido en su Elogio todas las normas retóricas clásicas, no consiguió verse publicada.
Integrado en la escuadra de Luis de Córdova, participó en el combate de cabo Espartel (20 de octubre de 1782), juntamente con otro guardiamarina, también gloria de las letras españolas, Martín Fernández de Navarrete, valiendo a ambos su actuación el ascenso al empleo inmediato de alféreces de fragata.
Al año siguiente, embarcó en la escuadra que se armaba para atacar Jamaica y escribió a bordo un tratado de aritmética destinado al uso de los guardiamarinas que tampoco sería publicado. Finalizada la guerra con el Tratado de Versalles (3 de septiembre de 1783), realizó el curso de estudios mayores de matemática sublime de la Armada que superó con brillantez pues ya los había realizado con anterioridad por su cuenta y fue nombrado para la comisión redactora del Atlas Hidrográfico que dirigía Vicente Tofiño en el que debían determinarse las posiciones astronómicas y aparecer por primera vez los derroteros de las costas de España, a la vez que practicaba Astronomía en el Real Observatorio de Cádiz. También actuó de defensor en la causa criminal seguida contra un marinero al que salvó de la horca con alegatos contundentes y de alto valor literario, que, difundidos, le dieron gran popularidad, pero que fueron tildados de poco acordes con la Ordenanza por alguno de sus émulos, de lo que también tuvo ocasión de defenderse.
Entre los marinos de esta época, el grupo de “sabios” y el de hombres de acción era diferentemente valorado por la sociedad. El poeta Vicente García de la Huerta redactó un poema elogio de Antonio Barceló en el que podía colegirse que lo que necesitaba la Real Armada era oficiales de ese tipo, que ni siquiera habían pasado por la Academia de guardiasmarina.
Entre las diversas críticas versificadas que ocasionó, circuló con gran éxito la que realizó su amigo Martín Fernández de Navarrete y que se atribuyó erróneamente a Vargas. Éste, para aclararlo, escribió otra suya en parecido sentido.
En 1784 pasó a Cartagena en relación con sus trabajos del Atlas hidrográfico, hasta que el invierno impidió continuar la campaña y donde, embarcado, escribió una oda al nacimiento de los gemelos que había dado a luz la princesa de Asturias. Remitida a la Corte por Mazarredo sin su conocimiento, pasó a convertirse en su segunda obra poética impresa por orden de Carlos III, pese a su escasa calidad y valor.
De nuevo en el Observatorio gaditano, escribió su Apología de la Literatura Española con miras a obtener un nuevo premio de la Academia, al que no pudo optar ya que por negligencia del secretario no llegó a tiempo a la valoración, aunque fue elogiada por el obispo Antonio Tavira y por Gaspar Melchor de Jovellanos.
A principios de 1786, fue admitido en la Real Academia de la Historia, versando su discurso de ingreso sobre la importancia de la historia de la Marina española, y la necesidad de que ésta fuera escrita por un marino.
Desde ese momento, llevó a cabo durante los treinta años siguientes los cometidos que le fueron asignados, especialmente censuras de libros, disertaciones y otros trabajos académicos que permanecen inéditos.
Para que esta institución pudiese trabajar con más método y constancia, redactó junto con Jovellanos unos estatutos nuevos y un reglamento de trabajo que serían aprobados en 1792. Los patrocinadores de la reforma de los estatutos quisieron dejar bien claro su propósito de que, con la nueva reglamentación, la Academia de la Historia se encadenara ella misma las manos, “para que en tiempo ninguno” pudiera “atárselas ninguna autoridad intrusa, que la pusilanimidad, la pereza o el egoísmo” solían “respetar por conveniente”.
Encargado de la edición del Atlas hidrográfico de España que hasta entonces había ayudado a confeccionar, continuó en la Corte hasta la inauguración del Depósito Hidrográfico, añadiendo al Atlas del Mediterráneo su Derrotero que se imprimió por Real Orden con una cumplidísima introducción histórica y metodológica, con la que también contaron sus Descripciones de las islas Pithiusas y Baleares, publicadas en 1787, y Viaje al estrecho de Magallanes realizado en la fragata Santa María de la Cabeza, en el que se incluye un epítome de todos los viajes anteriores nacionales y extranjeros al Mar del Sur, publicado al año siguiente con un Derrotero del Océano.
Dos de sus más ilusionados proyectos no pudieron completarse pese al apoyo del ministro de Estado, conde de Aranda, y del bailío Antonio Valdés con que contaba: la historia de la Marina y la de los viajes marítimos españoles y las vidas de los varones ilustres en la mar, tarea que soñaba compartir con su amigo Navarrete. Tampoco llegó a imprimirse su Diccionario marítimo, en el que empleó largos meses en este período, clasificando y definiendo catorce mil voces que, en forma de diecisiete tomitos, se pasaron por todos los arsenales para ser corregidos por los respectivos subinspectores.
Nombrado para la Junta de Educación de los seminarios provinciales de nobles en 1796, redactó su plan por el que se regiría el de Madrid, siendo consultado desde entonces como autoridad en esta materia.
En 1789 fue aceptado como miembro de dos señeras instituciones: la Sociedad Matritense de Amigos del País y la Academia de Bellas Artes, en este último caso como académico de honor. El discurso de ingreso en la primera versó sobre el origen y la utilidad de ese tipo de establecimientos. En su seno se ocuparía sobre todo de aspectos referentes a la instrucción de la juventud. Como miembro de la segunda, en la que leyó en junio de 1790 un trabajo sobre el origen, utilidad y avances en la técnica del grabado, sería celador y miembro del jurado para el concurso a la Cátedra de Perspectiva.
De su primera realización como autor teatral, una tragedia compuesta en estos años, Los hijosdalgo de Asturias, de finalidad patriótico-moralizante, no se tiene constancia de que llegase a ser representada ni impresa.
Pudo editar, sin embargo, y con mucho éxito su Declamación contra los abusos introducidos en el castellano con la que había concurrido al nuevo premio anual de la Academia Española y que había vuelto a resultar desierto, y en la que criticó el aprendizaje de la historia en traducciones del francés, calificando esta práctica como “un oficio, un comercio, una manía, un furor, una epidemia y una temeridad y avilantez”, aunque él mismo la llevaría a cabo en diversas ocasiones.
Con motivo de la Guerra de la Convención contra Francia en 1793, volvió a embarcar, asistiendo al desembarco y posterior evacuación de Tolón, y con motivo de la remisión de unos caudales al Papa, visitó Roma con Nicolás de Azara, tras haber estado en Génova y Milán, copiando en su diario sus impresiones y mientras se divulgaba su Apéndice a la relación del viaje al Magallanes.
De regreso en España, tuvo que quedarse ocho meses en Sevilla para recuperar su deteriorada salud, tiempo que aprovechó para recoger noticias en diferentes archivos y para reunir datos para la obra Diccionario de los artistas españoles de Juan Agustín Ceán Bermúdez, quien, sorprendido de su capacidad de trabajo, dijo de él que era “el hombre más escudriñador que he topado”.
Embarcado de nuevo y por última vez como ayudante en la escuadra de José de Mazarredo, compuso su comedia Cámara Baxa de Abordo en la que describió la vida marinera, y que también permanecería inédita, pero una recaída en su dolencia pulmonar le hizo desembarcar permaneciendo nueve meses en Murcia, donde continuó sus investigaciones en los archivos, completando la colección diplomática iniciada durante su estancia en Sevilla y aportando documentación muy valiosa para la biografía del licenciado Francisco Cascales que preparaba Diego de Saavedra Fajardo, y para la del escultor Salzillo de Ceán Bermúdez.
Vuelto a Cartagena una vez recuperado, reunió y organizó la custodia en las galerías del ayuntamiento una colección de inscripciones y antigüedades romanas, metódicamente estudiada en una Memoria remitida a Academia de la Historia.
Realizó también una descripción geográfico-histórica de la ciudad y del departamento marítimo y sus arsenales, llevando a cabo una completa visita al Mar Menor del cual hizo un plano acompañado de toda clase de datos que presentó más adelante al Almirantazgo formando parte de un proyecto encaminado a la instrucción y fomento de la marinería. La mayor parte de su tiempo la dedicó, sin embargo, a recoger documentos relativos a la antigua Escuadra de Galeras de España en los archivos de Marina del Departamento de Cartagena, auxiliado por varios amanuenses.
Estos documentos estaban destinados a la Biblioteca y al Museo de la Nueva Población de San Carlos, proyectados por el ministro de Marina Antonio Valdés, instituciones que debían servir como fundamento para escribir la historia de la Marina en la que estaba comprometido.
En 1797 volvió a la Corte, llamado por Jovellanos, ministro de Gracia y Justicia, para formar parte de la Junta de Instrucción Pública que elaboró el Reglamento de la Escuela de Pajes y que debía reformar el Seminario de Nobles y darles un nuevo plan de estudios.
Fue nombrado también censor de los tratados elementales para la educación de la Grandeza e inició un tratado inconcluso: La instrucción pública único y seguro medio de la prosperidad del Estado para lectura del príncipe de Asturias. En este mismo año publicó su Descripción de las islas Pithiusas y Baleares que tenía completada con los datos obtenidos en su campaña hidrográfica y otros de diversas disciplinas.
Durante su estancia en Aranjuez y Madrid, se granjeó la enemistad del ministro Mariano Luis de Urquijo, quien no deseaba que Vargas fuese nombrado director del Colegio de Nobles, y al año siguiente recibió una nueva comisión de servicio como marino, la de organizar el embarque desde las costas de Valencia y Cataluña de las unidades destinadas a la conquista de Menorca. Revocada la orden, aprovechó su estancia para visitar Valencia, Tarragona y Barcelona con sus comarcas respectivas, destinando sus investigaciones al gran Diccionario Geográfico de España, en que a instancias suyas se había decidido ocupar la Real Academia de la Historia, así como a redactar otros informes que le fueron solicitados y a copiar todos los manuscritos referentes a asuntos navales, mientras se empezaba la recopilación de materiales para formar las colecciones del proyectado Museo de Marina. De esta etapa es también Elogio de Ambrosio de Morales, biografía y juicio de sus obras destinados una vez más a ser considerados por la Academia Española para la consecución de un nuevo premio.
Entre 1800 y 1803 recorrió Cataluña, Aragón, Navarra y las Provincias Vascongadas, visitando y extrayendo datos de ciento diecisiete archivos para su gran obra histórica, desempeñando también comisiones oficiales. En agosto de 1803 presentó por orden del Gobierno, desde Vergara, una memoria sobre las ordenanzas de los colegios de San Telmo, pero el más importante de sus cometidos fue el de emitir un informe sobre los derechos españoles sobre el río Bidasoa, y asesorar sobre el conflicto de competencias en materia portuaria entre San Sebastián y Pasajes lo que plasmó en un volumen reservado (10 de julio de 1804), en el que no sólo propuso las soluciones jurisdiccionales y administrativas que le parecieron oportunas, sino que se extendió al estudio de los antecedentes y otros documentos históricos obrantes en los archivos municipales de San Sebastián, Fuenterrabía, Rentería, Oyarzun y Pasajes.
A petición propia y con el fin de que continuase la redacción de las obras que habrían de formar su historia naval, fue llamado de nuevo a Madrid, pero una vez en la capital, trató de eludir esa tarea por disconformidad con el plan que se le proponía que no era el suyo original y ya aprobado, sino el del secretario de Marina, Domingo Pérez de Grandallana, pero pudo publicar su tragedia Abdalaziz y Egilona que había escrito en diversas etapas de su viaje anterior.
Elegido director de la Real Academia de la Historia (30 de noviembre de 1804), tras investigar en los archivos de sus descendientes confeccionó Vida del paladín y marino español, el primer Conde de Buelna Pero Niño, y la del Marqués de la Victoria a continuación.
Ambas obras, que verían la luz en 1807 y 1808 respectivamente, pertenecían al ambicioso proyecto biográfico Varones ilustres de la Marina Española, integrado en la Historia de la Marina para cuya redacción contaba con la ayuda de su compañero de armas y de letras Martín Fernández de Navarrete.
A estos primeros volúmenes, sucederían las vidas del conde Pedro Navarro, la de Hugo de Moncada y la del general Mateo de Laya que nunca vería impresas su autor.
Enemistado con Godoy con motivo de su candidatura para dirigir el Seminario de Nobles para el que había emitido el año anterior varios informes, fue enviado de nuevo a Guipúzcoa para poner en práctica sus propuestas sobre Pasajes.
Autorizado a volver a la Corte en junio de 1806 como oficial agregado a la plaza de Madrid, su ya debilitada vinculación con el servicio activo de Marina de Vargas, desde su declaración de inutilidad para el servicio de las armas en 1796, desapareció definitivamente continuando sin ascender en su empleo de capitán de fragata hasta su muerte, ya que a los marinos dedicados a comisiones científicas o a ampliación de estudios no se les contaba a estos efectos más que lo que hubiesen servido a bordo, decisión que el damnificado tildó de “apoteosis de la ignorancia”. Vargas había permanecido ausente de las operaciones navales, especialmente de la de Trafalgar, combate en el que sucumbieron muchos jefes y compañeros suyos y cuya actuación enjuició más tarde en su Elogio Histórico de Don Antonio de Escaño (1816).
Sentado y con el uniforme de Marina, había sido pintado por Goya, como él deseaba, para la galería de retratos de directores de la Real Academia de la Historia, poco antes de su nuevo destierro solapado. Para reducir el precio a 2.000 reales, sus manos no aparecen, embutida la derecha en el chaleco y la otra a la espalda.
De 1807 data su célebre Disertación sobre las corridas de toros, a las que era contrario, como Gaspar Melchor de Jovellanos, sacada a la luz en 1961, por Julio Guillén Tato, referencia y cita inexcusable de los argumentos antitaurinos de hoy en día, ya que según él: “¿qué pueden producir los toros? Dureza de corazón, destierro de la dulce sensibilidad y formas tan despiadadas y crueles como el espectáculo que miran”. También se publicó en 1807 Importancia de la historia de la Marina Española, seria argumentación de su gran proyecto.
Elegido censor de la Academia de la Historia tras la finalización de su primera etapa como Director (27 de noviembre de 1807), su labor se extendió a los numerosos trabajos que fueron sometidos a su juicio y presentó un proyecto para la edición de los antiguos cronicones que fue aprobado. En el campo de la poesía festiva realizó su famosa Proclama de un solterón a las que aspiren a su mano, en la que justificó su celibato.
Los acontecimientos de 1808 le sorprendieron en Madrid, salvándole José de Mazarredo de ser deportado a Francia, pero al desatender sus invitaciones de colaborar con los franceses fue sometido a arresto domiciliario.
La reclusión en sus aposentos le permitió a Vargas poner en limpio mucho de lo realizado en los campos histórico y literario. También pudo traducir la Histoire Generale de la Marine de Torchet de Boismele e incluso publicar la Vida de don Juan José Navarro y el opúsculo que no había terminado para el príncipe de Asturias, La instrucción pública, único y seguro medio de la prosperidad del estado con alguna modificación.
Esta última obra le llevó a la postre a colaborar con la administración ocupante y jurar por rey a José I, formando parte con el afrancesado Juan Meléndez Valdés de la Junta de Instrucción Pública, para la cual redactó un Informe (3 de octubre de 1810) en el que realizó proyectos de reforma de escuelas normales, escuelas primarias y ateneos y cuyas conclusiones para combatir el analfabetismo y la ignorancia no se pudieron llevar a efecto.
Incorporado a la causa nacional tras la liberación de Madrid, editó Diario Militar (1 de noviembre de 1812), “para mover á nuestros soldados á la imitación de las virtudes de sus mayores”, pero tuvo que abandonar la capital y “junto con mis papeles cuanto me es caro” para trasladarse a Cádiz y superar el consejo de Guerra a que fue sometido en el Puerto de Santa María para esclarecer su conducta anterior. Una vez rehabilitado (Real Orden de 3 de diciembre de 1813), y poco después de la edición de su obra El peso-duro, que se traduciría al francés, fue elegido diputado en las cortes ordinarias por esta ciudad, recibiendo el encargo de la Regencia de encabezar una nueva junta en Madrid: la Comisión de Instrucción pública de las Cortes.
Fue reelegido director de la Academia de la Historia (25 de febrero de 1814) y a finales de marzo de ese mismo año fue nombrado, al mismo tiempo que Tapia, Quintana y Martínez de la Rosa, miembro de la Real Academia Española, siendo testigo del allanamiento y ocupación por parte de las autoridades gubernativas absolutistas de la misma (10 de mayo de 1814) en el que fueron encarcelados Villanueva, Quintana, Martínez de la Rosa, Gallego y Cepero entre otros académicos, logrando Vargas escapar y ocultarse momentáneamente.
Su condición de conocido liberal fue causa de que se le confinara en Sevilla (12 de mayo de 1814), donde pudo consultar el Archivo de Indias con permiso especial del Consejo de Indias y de donde extrajo copiosa información sobre Colón, Magallanes, Elcano, Loaysa, Ojeda y otros navegantes, ingresando en su Real Sociedad de Amigos del País. Pasó posteriormente a Cádiz, donde publicó Estudio sobre la vida y obras de don Alonso de Ercilla y en 1818 El Tontorontón y El Varapalo al pasagonzalo. Con motivo de la convocatoria del ayuntamiento de esta ciudad para la realización de un discurso sobre las aportaciones de Cádiz al esfuerzo patriótico de la guerra contra Napoleón, publicó sus Servicios de Cádiz desde 1808 a 1816 que había obtenido el primer premio consistente en diez mil reales y una medalla de oro de tres onzas.
Con el triunfo de la revolución de Riego en 1820 fue elegido diputado de esa legislatura, publicando en este mismo año dictámenes sobre el Amirantazgo, sobre la creación de un archivo nacional, y sobre la ilustración del Reino, y una diatriba contra la institución del mayorazgo titulada Los ilustres haraganes, o Apología razonada de los mayorazgos. El último escrito que se conoce de José Vargas Ponce es un voto particular inédito, fechado en diciembre, dos meses antes de morir, que fue expuesto por escrito ante la comisión de Instrucción Pública de las Cortes; en él se manifestó como partidario de la instauración de colegios de enseñanza públicos. El haber tomado parte durante su vida en tantas juntas le valió que Carlos González de Posada, canónigo de Tarragona y teniente vicario general de la Armada, le definiera como “individuo nato de todas las Comisiones hechas y por hacer”.
Su fallecimiento se produjo a las nueve y cuarto de la noche del martes 6 de febrero de 1821 en la habitación que ocupaba en el Real Cuarto de la Casa de la Panadería sede de la Real Academia de la Historia a la que había pertenecido durante treinta y seis años y de la que era su decano. Su funeral se celebró al anochecer del día siguiente en la Iglesia parroquial de San Ginés, y de su oración fúnebre se encargó Fernández de Navarrete.
Vargas Ponce, a quien sus amigos llamaban simplemente “el poeta Vargas”, fue un hombre de ingenio y de buen humor que, en opinión de Cesáreo Fernández Duro, hizo por su patria siempre “más de lo que buenamente se le exigía, sin alarde ni presunción de exceder á otros”. Dejó a su muerte gran cantidad de manuscritos sin acabar y apuntes que abarcaban desde la poesía y la comedia hasta la investigación histórica o la arqueología, y desde el informe erudito a la sátira festiva. El conjunto de su obra completada alcanza los ciento cuarenta trabajos, de los que llegó a ver impresos en vida veintiséis. Algo olvidado durante un largo período, en la actualidad ha vuelto a recuperar la importancia que le corresponde, siendo objeto de modernos estudios de investigación y viendo la luz algunas de sus obras inéditas.
Las colecciones de documentos que estaban en su poder, fruto de sus investigaciones en los archivos públicos y privados, se pudieron salvar de la confiscación que pretendió Mazarredo en el Madrid ocupado por los franceses y pasaron a formar los cuerpos documentales respectivos que con su nombre se conservan en la Real Academia de la Historia y en el Museo Naval. La colección que se encuentra en la primera, ingresó en ella en virtud de legado póstumo en 1821 y contiene documentos sobre Geografía e Historia de España, especialmente del País Vasco, con noticias topográficas, históricas y estadísticas, biografías de marinos ilustres (Elcano, Oquendo...), la disertación sobre las corridas de toros, y documentos pertenecientes a Hernán Cortés y a su familia.
La documentación que se guarda en el Museo Naval comprende desde el siglo XIV al XVIII, aunque se encuentran algunos de época anterior, y fue entregada por Manuel Vargas Ponce, hermano y heredero de José, en la Mayoría General de la Armada (20 de junio de 1822), pasó después al Depósito Hidrográfico y de ahí al Archivo del Museo donde se encuentra dividida en dos grupos (uno de numeración arábiga y otro de romana).
Hugo O’Donnell y Duque de Estrada, duque de Tetuán
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