Burgos, 1483 – Salamanca, 12.VIII.1546
Defensor de las libertades y derechos individuales, como también de las relaciones justas entre los estados, Francisco de Vitoria abrió las puertas a la fundación del derecho internacional moderno. Reconoció las ventajas de un gobierno universal y de la concordia entre las naciones para velar por los derechos propios de todos los pueblos y de todos los hombres.
Francisco de Vitoria, que da nombre a la Sala del Consejo del Palacio de las Naciones Unidas en Ginebra, se hace presente en la necesaria búsqueda de soluciones globales para la crisis sanitaria y económica internacional que estamos atravesando.
Fueron sus padres Pedro de Vitoria, de la estirpe vitoriana de Arcaya, y Catalina de Compludo, de la familia judío-conversa de los Cartagena, emparentada con la Corte Real de Castilla. Discutido durante mucho tiempo el lugar del nacimiento de Francisco de Vitoria, V. Beltrán de Heredia encontró el argumento más fuerte hasta ahora a favor de Burgos. Así se desprende de la crónica del Convento de San Pablo de esa ciudad, escrita por Antonio de Logroño, miembro de él y compañero de Francisco de Vitoria. Es una referencia de 1534, la más antigua y fiable de las conocidas. También se cree que la fecha más fiable para su nacimiento es la de 1483. Otro cronista del Convento de San Pablo de Burgos, Gonzalo de Arriaga, que tuvo delante el libro de profesiones, hoy desaparecido, además de decir que nació en Burgos, añade que, al morir en 1546, tenía sesenta y tres años. Ya se ha demostrado en trabajos, que se citan en la bibliografía, que las fechas dadas por otros autores no se armonizan con los documentos de que se dispone. Los dos documentos más antiguos que existen de Vitoria son: primero, el acta del capítulo provincial dominicano de Burgos de 1506, que lo considera como religioso profeso y estudiante; el segundo es la escritura de censo enfitéutico perpetuo del Convento de San Pablo de Burgos, en que aparece Vitoria como diácono el 12 de marzo de 1507. Su ordenación de presbítero fue en 1509, conforme a la disposición del maestro de la Orden Tomás de Vío, futuro cardenal Cayetano.
Dice Luis Vives, su amigo, que Vitoria desde adolescente dominó con perfección las buenas letras. Ingresó en el convento dominicano de San Pablo de Burgos en 1505. Era este convento un Estudio General de la Orden, donde se enseñaba gramática, lógica, filosofía y teología. Francisco de Vitoria completó aquí su formación humanística e hizo dos años de Filosofía. De inteligencia sobresaliente, fue enviado a terminar sus estudios y completar su formación a París, al estudio general dominicano de Santiago, incorporado a la universidad. Debió de ser esto en 1508, para comenzar el año académico —como allí era ley— el 14 de septiembre en el convento de Santiago. La universidad despertaba en esos años de una de sus grandes crisis, debida al desgaste o cansancio de los viejos sistemas y a la desorientación sufrida ante los fuertes cambios intelectuales, económicos y político-religiosos del Renacimiento. El acoso de los humanistas desde fuera del mundo universitario actuaba sin compasión contra los sistemas medievales. Luis Vives, que estudia en París en los años 1508-1512 se ensaña en su obra Contra los pseudo-dialécticos con los maestros parisinos, que con sus sofismas silogísticos amenazan estrangular toda ciencia. El movimiento erasmiano y luego el reformista lucharon por borrar toda reliquia del medievo. No obstante cierta reacción universitaria iba tomando cuerpo desde muy principios del siglo XVI, purificando y dando vigor a sus tradicionales visiones científico-filosófico-teológicas de mundo.
Tres eran los movimientos intelectuales que bullían con más fuerza cuando Francisco de Vitoria llega a la capital de Francia: el humanismo, el nominalismo y el tomismo. Vitoria supo aprovecharse de lo más positivo y valioso de esas corrientes de pensamiento. Por lo que se refiere al humanismo, entra en contacto muy pronto con el círculo de Erasmo de Rotterdam y se siente atraído por las ideas renovadoras del humanista holandés. Algún reflejo de estas amistades se encuentra en una carta, que Luis Vives escribió a Erasmo más tarde, cuando los libros de éste comenzaban a ser perseguidos en España. Uno de los impugnadores de Erasmo era Diego de Vitoria, hermano de Francisco. Después de hablar de ello, escribe Vives a Erasmo: “tiene éste (Diego) un hermano distinto de él, Francisco de Vitoria, también dominico, teólogo por París. Es una personalidad del máximo renombre y crédito entre los suyos. Recuerda que más de una vez defendió tu causa en París en diferentes asambleas de teólogos”. Digna de destacarse es esa noticia de que durante su estancia en París fue Vitoria grandemente afecto al humanista holandés, pues llegó a defenderlo en públicas asambleas ante los exaltados enemigos, que se sabe tuvo Erasmo en la universidad parisina. Luis Vives en la citada carta llega a decir a Erasmo: “[Francisco de Vitoria] te admira y te venera”.
El propio Erasmo escribió a Vitoria para que se interesara por su causa. En su carta a un doctor de la Sorbona, que no es otro que Francisco de Vitoria, habla de la fogosidad del hermano de Vitoria en la campaña antierasmiana ante el pueblo, y le anima a intervenir como mediador: “por las cartas de mis amigos sé que estás dotado de una doctrina y de una equidad singular. Espero que consigas llevar a tu hermano a más santas determinaciones”. Todo esto —dice— se lo han comunicado sus amigos hispanos. Es necesario pensar aquí en los hermanos Valdés —Alfonso y Juan—, en Juan de Vergara, en Luis Vives... Lo que manifiesta que Vitoria estuvo de verdad abierto a los humanistas. No obstante, ya en su etapa parisina irá depurando su querencia hacia los humanistas, a la par que consolidaba su formación tomística. El humanismo tendía a reducir la teología a un examen gramatical de los términos, poniendo en peligro la entidad sobrenatural de los misterios. Vitoria los llamará gramáticos metidos a teólogos.
La segunda de las corrientes intelectuales parisinas, que dejó un perdurable impacto en la personalidad de Francisco de Vitoria, fue el nominalismo. Entre los nominalistas Vitoria cita al filósofo valenciano Juan de Celaya, al francés Jacobo Almain y al irlandés Juan Mair. Vitoria renuncia al sistema nominalista, pero en su contacto con este movimiento y sus maestros supo aprovecharse de sus tendencias y de sus logros: el aprecio de las ciencias físicas, astronómicas y matemáticas; la orientación práctica de la teología con la preferencia por la teología moral; la extensión de la teología a los problemas políticos, sociales y económicos, que preocupaban en su tiempo; la defensa de las libertades y derechos de los pueblos, de las familias y de los individuos; una tendencia moderada hacia la democracia y la profundización en la filosofía del derecho, que llevará a Vitoria a los máximos hallazgos internacionalistas, abriéndole las puertas a la fundación del derecho internacional moderno o de las relaciones justas entre los estados. Algunos piensan que Vitoria quedó también herido del conciliarismo nominalista. En verdad no cayó en esa doctrina de la superioridad del concilio sobre el papa, pero será muy crítico contra los abusos de poder por parte del pontificado de entonces, tanto que sus Reelecciones Teológicas estuvieron muy cerca de la condenación pontificia.
La tercera corriente intelectual de importancia en París era el tomismo con su visión de realismo moderado del cosmos. Fue el sistema de las preferencias de Francisco de Vitoria, al que incorporará los logros de las otras tendencias. A dos maestros recuerda Vitoria con especial gratitud y admiración: Juan Fenario o Feynier y Pedro Bruselense o Crockaert. El primero, que llegará a maestro general de la Orden dominicana, fue elogiado en aquel tiempo como buen pedagogo y como hombre de sobresaliente inteligencia y de gran sentido práctico; se nos presenta con admirables dotes expositivas y muy al tanto de los temas preocupantes de su tiempo. Estas cualidades brillarán también en su discípulo, Vitoria, durante su docencia. Muy venerado por el futuro catedrático de la Universidad de Salamanca fue el otro mencionado maestro, Pedro de Bruselas. El Bruselense había enseñado filosofía en el colegio de Monteagudo de París, siguiendo la corriente nominalista. Hastiado de aquellas disquisiciones terminológicas, en que muchos autores hacían basar la teología, se hizo dominico en el convento de Santiago de París. Logró compenetrarse con el sistema y la doctrina tomista, y desarrolló una fecunda labor en la enseñanza. En París los dominicos desde finales del siglo XV tenían como texto teológico la Suma de Teología de Santo Tomás de Aquino, abandonando la tradición de explicar la teología a partir de las Sentencias de Pedro Lombardo. Vitoria introducirá esta novedad en el Colegio de San Gregorio de Valladolid, sin apenas oposición, pues era un centro dominicano, y luego, con una oposición muy fuerte, en la Universidad de Salamanca.
Francisco de Vitoria estuvo en París quince años, desde 1508 hasta 1523, primero como estudiante y luego como profesor. En el curso 1508-1509 completa su formación filosófica. Entre 1509 y 1513 hace los estudios de teología hasta la consecución del grado de bachiller. Entre 1513 y 1516 enseña artes o filosofía en la sede universitaria del Estudio General dominicano de Saint Jacques. En 1516 inicia la enseñanza de la teología en la cátedra universitaria para extranjeros en ese centro dominicano. Como broche de oro de su docencia, después de superar las requeridas y duras pruebas, el 24 de marzo de 1522 consigue la licencia en Sagrada Teología y el 27 de junio siguiente la laurea o doctorado. Años de juvenil efervescencia, que no se contenta con la mera enseñanza en las aulas y desea proyectarla en las publicaciones. No había terminado sus estudios teológicos y su maestro P. Crockaert lo admite como colaborador suyo en la edición impresa la parte de la moral práctica de la Suma de la Teología de Santo Tomás, la llamada Secunda Secundae (Segunda de la Segunda Parte de la Suma de Teología). Es el primer escrito de Vitoria, que se conserva. Que el maestro P. Bruselense le diera esa responsabilidad sobre una parte tan extensa y complicada de la Suma, nos revela la convicción del profesor respecto del buen dominio de los contenidos teológicos por parte del alumno. El prólogo vitoriano está compuesto en un latín pulido renacentista, y deja entrever las aficiones y los ideales a los que debía consagrar su vida. Elogia en Santo Tomás dos cosas muy acordes con el renacimiento humanístico: frecuente recurso a la Sagrada Escritura y cita abundante de los filósofos moralistas de la antigüedad. La orientación práctica, que dará siempre a la teología, le movieron a estampar en París obras de este género. En 1521 imprimió los Sermones dominicales de su prior en el convento de Burgos, Pedro de Covarrubias, y la Summa Aurea de San Antonino de Florencia. Entre 1521 y 1522 llevó a la imprenta el Dictionarium seu Repertorium Morale de Pedro Bersuire, OSB. Finalizados sus estudios y su profesorado en París, los superiores hispanos le ordenaron la vuelta a su tierra. Después de una reducida estancia en Bélgica, dirigió sus pasos a España.
El primer destino en la Península fue el de profesor en el Colegio de San Gregorio de Valladolid, donde comienza su enseñanza en el curso 1523-1524. Se encontraba este colegio en pleno entusiasmo posfundacional. Figuras eminentes le precedieron, y muchos continuaban brillando en el campo intelectual y de gobierno: Matías de Paz, predecesor de Vitoria en los estudios americanistas; Miguel de Salamanca, catedrático en la universidad de Lovaina y obispo de Santiago de Cuba; García de Loaísa y Mendoza, maestro general de la Orden de Predicadores, arzobispo de Sevilla y cardenal; Juan Álvarez de Toledo, arzobispo de Santiago de Compostela y cardenal; Diego de Astudillo, sabio de gran fama, del que dijo Vitoria: “sabe más que yo, pero lo vende peor”. Valladolid metió de lleno a Vitoria en los problemas de América, que ocuparían gran parte de su vida y de sus preocupaciones como profesor, consejero de gobernantes y eclesiásticos, y como expositor de los derechos humanos de los individuos y de los pueblos. De Valladolid salieron muchos de los primeros misioneros del Nuevo Mundo. Valladolid contempló el final de las disputas célebres sobre los malos tratos y trabajos excesivos dados por los encomenderos y conquistadores a los indios, que dieron origen a las llamadas “Primeras Leyes de Indias”, elaboradas en Burgos en 1512, pero completadas y publicadas en la ciudad del Pisuerga. En Valladolid residía la Cancillería Real, a la que llegaban los problemas de América. En 1524 uno de los antiguos alumnos del Colegio de San Gregorio, García de Loaísa, es nombrado presidente del recién creado Real Consejo de Indias, con sede en la misma ciudad vallisoletana. Tres cursos explicó Teología, Vitoria, en Valladolid, de 1523 a 1526. Como reconocimiento a sus méritos en el profesorado, en 1525 la Orden dominicana le concedió el título de maestro en Sagrada Teología. Entre sus discípulos de Valladolid se encuentra a Martín de Ledesma, catedrático de la Universidad de Coimbra; Vicente de Valverde, capellán de Francisco Pizarro y primer obispo del Perú con sede en Cuzco; Jerónimo de Loaísa, primer arzobispo de Lima y fundador de su universidad; Bartolomé Carranza de Miranda, arzobispo de Toledo.
En 1526 es destinado Vitoria a Salamanca y gana la principal Cátedra de Teología de su universidad. Aquí continúa con sus tendencias humanísticas y mantiene amistad con personalidades muy representativas de este movimiento: el vallisoletano catedrático de griego Hernán Núñez de Guzmán, llamado “El Pinciano” y “El Comendador Griego”, que gozaba de muy merecida fama por su gran erudición; otra figura eminente era Juan Martínez Silíceo, catedrático de Filosofía Natural, que compartirá con Vitoria misiones importantes de la universidad; el humanista flamenco Nicolás Clenardo, que inicia su profesorado en Salamanca en 1531 y se alistó pronto a los amigos de Vitoria, y algo más tarde hará lo mismo el también flamenco Juan Vaseo. Otro gran amigo de Vitoria fue Martín de Azpilcueta, el conocido “Doctor Navarro”, que representa en el derecho canónico lo que Vitoria en Filosofía y Teología. Clenardo nos dice que producían verdadero placer sus exposiciones y sus cartas: “todas llenas de primor” (“omnia iucunditatis plena”). “Milagro de la naturaleza” le llama Vaseo, y añade: “creo poder afirmar sin escrúpulos que no hay otro en toda España más docto en las buenas artes y en todas las humanidades”. Las exposiciones de Francisco de Vitoria en las aulas nos lo muestran con un estilo muy característico. Tenía como norma la sencillez, la claridad y el orden, huyendo del alambicado método de muchos escolásticos, en que se multiplicaban las opiniones o soluciones posibles con sus interminables argumentos, réplicas y contrarréplicas, que hacían difícil la atención de los alumnos.
Aparte de su buen estilo de corte renacentista, Francisco de Vitoria trae dos novedades metodológicas a las aulas salmantinas. La primera fue cambiar de libro de texto. El libro base para las lecciones de teología en las facultades europeas desde principios del siglo XIII eran las Sentencias de Pedro Lombardo. En París los dominicos a finales del siglo XV optaron por la Suma de la Teología de Santo Tomás de Aquino. Vitoria siguió esta práctica tanto en París como en Valladolid con los mejores resultados. La materia parecía la misma en ambas obras y que sólo cambiaba algo el orden y los argumentos. Pero en verdad la diferencia era muy notable. Las Sentencias son una antología de textos de los padres de la Iglesia y de otras autoridades reconocidas sobre la doctrina cristiana, que se ofrecían a los profesores para su explicación en las aulas. La Suma es una explicación de todo el conjunto de la teología, elaborada por un maestro, santo Tomás en nuestro caso, para encaminar a los alumnos en la comprensión de esa doctrina. La exposición ganaba en la unidad e ilación de los temas como también en su fundamentación y explicación racional. El ejemplo y éxito de Vitoria contagió a otros profesores. La reforma de los estatutos de la universidad en 1561 lo estableció como ley. La segunda novedad impuesta por Vitoria en sus clases de Salamanca fue el dictado de las lecciones. También aquí la universidad opuso resistencia, pero en aquel tiempo en que los estudiantes tenían que hacerlo todo a mano, ese método era el más asequible para ellos. Podía cometerse el abuso de no explicar toda la materia, como ordenaba la legislación. Para evitarlo, Vitoria dedicaba parte de la hora y media que duraba la clase “de prima”, o de primera hora de la mañana, a dictar lo más sustancial de la lección, y daba el resto con mayor agilidad, recogiendo de esto los estudiantes solamente el concepto. Si se conservan tantos manuscritos en las grandes y pequeñas bibliotecas de Europa procedentes de la escuela salmantina es porque Vitoria impuso el dictado en la academia del Tormes.
Veinte años duró la docencia de Francisco de Vitoria en Salamanca (de 1526 a 1546), explicando la Suma de la Teología de santo Tomás. La materia estaba repartida en ocho cursos, pero los estudiantes podían hacer la carrera teológica en cuatro, asistiendo diariamente a todas las clases del catedrático de Prima (primera hora de la mañana) y del catedrático de Vísperas (o de la tarde), que explicaban a contratiempo los tratados de la Suma. Además de las lecciones ordinarias los catedráticos salmantinos estaban obligados a dar anualmente una lección extraordinaria de dos horas ante el gremio entero universitario. Es lo que se llamaba repetición o relección. Versaban en general las relecciones sobre uno de los temas más importantes, o de mayor actualidad, o que mejor tenía preparado el profesor de la materia que explicaba aquel año. En la Universidad de Salamanca este género de conferencias apenas había producido interés hasta la llegada de Vitoria. Sus relecciones son las más famosas de todo el historial universitario salmantino. Quince fueron las relecciones pronunciadas por Vitoria, y todas ellas se conservan menos la primera y la última. Aquí, como en sus lecciones ordinarias, se aprecia su gran sentido práctico, sus preferencias por los temas de índole moral o político.
Seis de las relecciones vitorianas se ocupan sobre los principios que rigen las relaciones entre unas sociedades y otras: El poder civil, de 1528; las dos sobre El poder de la Iglesia, de 1532 y 1533; El poder del papa y del concilio, de 1534, y las dos llamadas De Indis, es decir la primera o Sobre los indios, de principios de enero de 1539, y la segunda o Sobre el derecho de la guerra, del 18 de junio de 1539. Las otras siete se ciñen más a la materia del curso explicado en las aulas, pero Vitoria logra darles gran movilidad y actualidad en sus principios y aplicaciones. Así Sobre el matrimonio fue pronunciada el 25 de enero de 1531. Estaba entonces en su momento cumbre en el ambiente político y universitario europeo la cuestión del anunciado divorcio de Enrique VIII de Inglaterra, con el peligro inminente del cisma anglicano. Francisco de Vitoria se interna con esta relección en lo más vital del problema. A finales de mayo o principios de junio de 1536 otra relección sonada era pronunciada por Vitoria, titulada Sobre la simonía. Se especulaba mucho en aquellos años sobre la necesidad de un concilio, que reformara a la Iglesia en la cabeza y en los miembros. La revolución protestante se extendía por Europa. Uno de los vicios más recriminados era la simonía, que aparecía muchas veces unido a otros como la acumulación de beneficios eclesiásticos en una misma persona, la ausencia habitual de los beneficiados, particularmente los obispos, de sus sedes, y la llamada “compensación canónica” para apropiarse de las cosas ajenas poseídas de buena fe. Un tema aparentemente inofensivo era el de la relección Sobre la templanza, pero su temperado carácter saltó de golpe por los aires, al hacer una aplicación a los problemas de las Indias. Al hablar en su conferencia sobre la licitud de comer carne humana en caso de extrema necesidad, evoca lo que se decía del Nuevo Mundo: la existencia de caníbales y el ofrecimiento de víctimas humanas a sus dioses, comiendo de esos sacrificios. Se pregunta si esas costumbres inhumanas son motivo de guerra, limitando los poderes de los príncipes cristianos sobre los indios, condenando los abusos y llamando a la conciencia de los magnates. Importantes en teología son también las tres siguiente: Sobre el aumento de la caridad, del 11 de abril de 1535; De lo que está obligado a hacer el que llega al uso de razón, de junio de 1535; Sobre la magia, del 18 de julio de 1540.
No muy densa de doctrina es la que pronunció el 11 de junio de 1530 Sobre el homicidio. Él se excusa en un bello prólogo: el excesivo trabajo, la enfermedad. Queda, sin embargo, bien destacado el derecho natural a la vida, que es la base de los otros derechos naturales por los que luchará en sus principales escritos.
Su doctrina teológico-filosófico-jurista se contiene principalmente en sus relecciones y es por éstas como ha sido conocido internacionalmente. De ahí los títulos que se le han conferido de fundador de la Escuela Teológico-Jurídica de Salamanca y fundador del Derecho Internacional Moderno. Vitoria es al mismo tiempo filósofo y teólogo. El punto de partida de su doctrina está en su concepto del hombre como ser racional, libre y social, y al mismo tiempo imagen y semejanza de Dios. Ahí radica toda su dignidad, su eminencia por encima de toda opresión, su tendencia al máximo desarrollo de su personalidad individual y social, la fuente de todos sus derechos y deberes y el mismo origen del poder o autoridad entre los hombres. Vitoria afirma con la Sagrada Escritura que “el poder viene de Dios” (Heb. 13, 1). Pero ¡cuidado!, porque esto ha confundido a algunos. Habla Vitoria de la fuente suprema, y tiene que ser Dios, porque todas las perfecciones creadas son participaciones de las perfecciones consumadas, que se encuentran en Dios. La fuente inmediata está en la misma naturaleza humana. Contra los futuros ideólogos, que verán la sociedad como una invención del hombre ante los problemas del tiempo —un pacto de seguridad o el pacto social—, Vitoria la ve instalada en la entraña de la naturaleza humana, como una exigencia de ella. Para él es una tesis bien demostrada que el poder reside en el pueblo. El paso de éste a los gobernantes es siempre problemático, si no se da una amplia intervención popular. La aspiración de las modernas democracias a la politización del pueblo aparece ya en Vitoria. El poder o la autoridad tiene sus límites, que son precisamente los derechos de los ciudadanos. Los individuos y las sociedades inferiores tienen sus deberes con respecto a los otros individuos y sociedades, y también con respecto al bien común de toda la república o sociedad civil, pero igualmente los que ostentan el poder tienen que respetar los derechos personales inalienables, como la vida, la libertad y el perfeccionamiento físico, intelectual y moral. La mirada de Vitoria no se limita a la sociedad o república particular de una nación o pueblo. Su mirada se extiende a todo el orbe, a toda la familia humana dispersa, y llega a establecer los pilares de la Sociedad de Naciones y de la Unión Internacional de Naciones (la ONU). Puede llegar un momento en el que no baste, para la seguridad de la naturaleza humana, el gobierno aislado por naciones; incluso, aun bastando, podría llegarse a la convicción de que un gobierno universal ofrece mayores ventajas y que los hombres opten por él: “el género humano tuvo derecho a elegir un solo jefe al principio, antes de hacerse la división de los pueblos; luego también lo puede hacer ahora, pues este poder, como derecho natural no desaparece” (Sobre el poder civil, n. 14). Siempre cabe la posibilidad de que la mayor parte de las naciones se incline por la unidad política del género humano. Difícil llegar a esa solución, pero sí es ineludible la concordia entre todas las naciones del orbe para salvar aquellos derechos, que son propios de todos los pueblos y de todos los hombres.
Vitoria aplicó su doctrina iusnaturalista e internacionalista a los problemas al rojo ardiente del Nuevo Mundo. No le satisfacen los argumentos del derecho positivo europeo que se utilizaban con los indígenas. Rechaza los títulos oficiales para legitimar la conquista y propone otros, que por basarse, no en las leyes positivas europeas, sino en las leyes generales del derecho natural podrían tener alguna viabilidad. Los primeros son siete y los llama ilegítimos: el emperador como dueño de toda la tierra, el papa como dueño del mundo, el derecho del descubrimiento, oposición a recibir la fe, vicios contra la naturaleza, sometimiento voluntario, donación divina. Los segundos son ocho a los que considera como posiblemente legítimos: sociabilidad y comunicación natural, predicación del Evangelio, protección de los convertidos, poder indirecto del papa sobre los convertidos, protección y defensa de los inocentes, libre elección, defensa de los amigos y aliados, ineptitud de los naturales para gobernarse.
El derecho natural de comunicación entre los hombres y los pueblos encierra en sí una multiplicidad de derechos particulares: la libertad de los mares; el libre comercio entre las diversas sociedades civiles; los contratos y las negociaciones sobre intercambios de productos y sobre coproducción y explotación de tierras, animales y materias primas; los derechos de migración, ciudadanía, domiciliación y convivencia; el derecho de información y enseñanza; el derecho de amistad. En la explicación de los títulos legítimos no siempre se ha interpretado bien a Vitoria. En todos ellos, incluso los que más claramente parecen pedir la intervención bélica, han de tenerse en cuenta las circunstancias. Él lo advierte de varios modos: una cosa es el puro derecho y otra lo que conviene hacer en cada momento; la frase de San Pablo “todo me es lícito, pero no todo me conviene” (I Cor 6, 12); el adagio “el máximo derecho es la máxima injusticia”. El título octavo es considerado dudoso por Vitoria, pues hay informaciones contrarias, pero le sirve de base para afianzar su idea sobre la verdadera colonización, que no debe ser otra cosa que un protectorado, y ha de tener como fin la promoción personal, cívica y religiosa. Y todo esto tiene para él un carácter temporal: hasta que los indios se encuentren en condiciones de gobernarse suficientemente por sí mismos. Lo repite Vitoria: “mientras conste que les es conveniente”; “mientras se encuentren en tal estado” (Sobre los indios, n.º 18).
Las guerras continuas en Europa y los problemas del Nuevo Mundo movieron a Vitoria no sólo a tratar los temas de los derechos humanos y de las relaciones entre los pueblos, sino a enfrentarse directamente con el tema de la guerra. Examina la guerra en sí misma, en sus causas y en sus consecuencias, constituyendo un tratado fuente y referencia para los que luego aparecieron. Es la relección Sobre el derecho de la guerra, que juntamente con la de los indios y del poder civil ejercerá un gran influjo en los iusnaturalistas e internacionalistas relacionados con la Escuela de Salamanca, y también en los europeos de otra formación y de otra procedencia política y religiosa, como el italiano Alberico Gentili, el alemán Juan Althusius y el holandés Hugo Grocio. Francisco de Vitoria limita al máximo la posibilidad de las guerras. No puede ser causa de guerra justa cualquier tipo de imperialismo: ni el deseo de extender los propios dominios, ni la gloria o el provecho personal del príncipe, ni el deseo de fuentes de riqueza. Tampoco la religión, o el pecado, o la infidelidad pueden justificar ninguna guerra. Al final de la relección expone las llamadas “tres reglas de oro” sobre la guerra. Se recoge en ellas la actitud ideal del buen gobernante ante cada uno de los tres momentos de la guerra: antes de tener que decidirse por las armas; durante la contienda, y después de terminar los combates. La primera norma es amar y buscar la paz de tal manera que se vaya a disgusto y por pura necesidad a la guerra. La segunda es buscar no la destrucción del enemigo, sino el establecimiento de la justicia, la paz y la seguridad. La tercera es usar del triunfo con moderación, comportándose como un juez comprensivo, que aminora los posibles daños y humillaciones. Termina Vitoria con una frase del clásico poeta latino Horacio, que realza su pacifismo: que no se haga realidad que “quidquid delirant reges, plectuntur Achivi” (“lo que deliran los reyes, lo sufren los Aqueos”, es decir, el pueblo).
Al final de sus días recibe Vitoria la invitación de Carlos V y de su hijo Felipe, para asistir como teólogo imperial al concilio ecuménico de Trento, que iba abrirse próximamente. Vitoria se encontraba muy enfermo y no pensaba más que en su preparación para la vida eterna. Inmóvil en el lecho respondía así al príncipe Felipe: “cierto que yo desearía mucho hallarme en esta congregación, donde tanto servicio a Dios se espera que se hará y tanto remedio y provecho para toda la cristiandad; pero, bendito nuestro Señor por todo, yo estoy más para caminar para el otro mundo que para ninguna parte de éste”. Era el mes de marzo de 1545. Le esperaban todavía un año y cuatro meses de terribles dolores de gota. La fecha de la muerte con su hora (las diez de la mañana) nos la daba un estudiante que pasaba a limpio los apuntes del maestro y añadía: “con gran tristeza de todos”. La universidad entera de Salamanca con sus profesores y alumnos le honraron en las exequias, siendo enterrado en la sala capitular del convento, hoy “Panteón de los Teólogos”.
Ramón Hernández Martín, OP
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