Pajares de Adaja (Ávila), 27.VII.1806 – Madrid, 19.XII.1883
De entre todas las acciones que desarrolló el higienista y publicista Méndez Álvaro, destaca la consolidación del semanario El siglo médico, una publicación que terminó por convertirse en el medio de comunicación relacionado con la salud y la medicina más importante y longevo de España hasta mediados del siglo XX. A través de sus páginas, aspiró a que nuestro país contase con los medios, maneras e instituciones que existían en otros países del entorno europeo.
Que sirva el ejemplo de Méndez Álvaro para recordar a todos aquellos periodistas y profesionales de la comunicación que están realizando una gran labor de información a la sociedad siguiendo criterios médicos y científicos.
De padre cirujano rural, estudió en Madrid gracias al apoyo de su tío Pedro de Álvaro, comerciante afincado en la capital, quien pensó iniciarlo en sus negocios. En casa de éste vivió un apasionado ambiente liberal, disfrutando de una copiosa biblioteca, en la que no faltaban los más conspicuos enciclopedistas.
Se matriculó en 1823 en San Carlos, pero el cambio del Reglamento de estudios en 1827 le redujo a cirujano de 2ª clase (1828), casándose inmediatamente después con Josefa Puente y Álvarez, quien fallecería el 22 de mayo de 1861. Ejerció un año en Prádena de la Sierra (Segovia) antes de volver a la Universidad para obtener la licenciatura en Cirugía Médica (1835) y en Medicina (1836). En su reingreso universitario encontró la amistad, que se convertiría en irrenunciable, de Matías Nieto Serrano. Durante sus estudios, acuciado por su situación económica y ayudado por su buena disposición lingüística, comenzó a traducir publicaciones médicas francesas, tarea en la que perseveró hasta 1848. Editó un textito de Jacques-Louis Doussin-Dubreuil (1762-1831) sobre onanismo (1826) que tuvo un éxito tan instantáneo que no pudo menos que atraer la atención de la autoridad gubernativa, con la consiguiente prohibición; se volvería a imprimir en 1834 y 1840. Sin embargo, su segunda traducción, un Manual de auscultación (1835), extractado de un tratado de semiología escrito por Jean Baptiste Hippolyte Dance (1797-1832) y publicado en 1834, pese a su novedad, no consiguió venderse. Durante la epidemia colérica del verano de dicho año se hizo acreedor de una recompensa, la Cruz de Epidemias, por su actuación voluntaria en la villa de Brihuega.
La Primera Guerra Carlista marcó su vida, por varias razones. Le llevó a entrar en contacto con Mateo Seoane, quien, en su destino como inspector de hospitales militares, en 1836, le llevó como segundo ayudante y, en el recuerdo del propio protagonista, como efectiva mano derecha. Dejó la carrera militar al abandonarla Seoane, si bien no obtuvo la licencia definitiva hasta 1854. Esta colaboración se repetiría en fechas posteriores, en diversas instancias políticas sanitarias. Por otra parte, las penalidades vividas tras la entrada de una partida rebelde en el pueblo toledano de Navalmoral de Pusa donde acababa de llegar como médico —precisamente para poder sostener la empresa de publicar por entregas un tratado original sobre el “arte de los apósitos”, que acometía a medias con Matías Nieto sin apoyo de ninguna casa editora— le disuadieron de seguir una carrera profesional al uso. Decidió quedarse a vivir en Madrid y concentrarse en la escritura, tanto profesional como política. Sus Elementos del arte de los apósitos [...], aparecidos en 1837, fueron un rotundo éxito que cubrió hasta tres ediciones. El mismo año publicó una nueva traducción médica francesa, encadenando una labor que puso al alcance de la profesión médico-quirúrgica española lo más actual en histología (anatomía general), en enfermedades de las mujeres y partos, en enfermedades venéreas o en oftalmología. Con su inseparable Nieto coordinó una “Biblioteca escogida de Medicina y Cirugía” en una treintena de volúmenes, la mayoría de procedencia extranjera, si bien hubo algún original español, como la Historia bibliográfica de la medicina española (1842), de Hernández Morejón.
No sólo tradujo, sino que produjo síntesis entre varias obras, como en el Tratado completo de patología y terapéutica general y especial, publicado entre 1843 y 1850 dentro de la mencionada “Biblioteca”, en el que presentó una versión de la patología general de A. F. Chomel (1788-1858). La misma técnica aplicó en la publicación, en 1847, de un Prontuario universal de ciencias médicas, una obra dirigida a los estudiantes universitarios, realizada a medias con Nieto Serrano, con la pretensión de reunir en un único manual los conocimientos básicos en todas las materias exigibles en dichos estudios.
El ambiente liberal de su familia madrileña se volcó en el periodismo durante las etapas constitucionales, y sus tíos Pedro y Aniceto de Álvaro alumbraron a partir de 1834 El Mensajero de las Cortes, en el que tuvieron participación Alcalá Galiano, Ángel de Saavedra, Mariano de Larra, Bretón de los Herreros y otros, entre los que, como redactor de variedades, se incluyó el propio Méndez Álvaro, que de esta manera se inició en la carrera periodística. En septiembre de 1836 comenzó su incursión en el terreno político a través de la redacción de El Castellano (“periódico de política, administración y comercio”) propiedad de su tío Aniceto, que llegaría a dirigir en su segunda época (de abril de 1841 a junio de 1845).
Desde que se significó en política lo hizo por el bando del liberalismo moderado, siendo de los fieles al liderazgo de Claudio Moyano en los tiempos de la fracción llamada histórica. Tuvo una participación señalada en la sublevación contra Espartero de 1843, lo que le valió popularidad y estima política. Fue elegido diputado a Cortes por Madrid en dos ocasiones, si bien no se ha podido fundamentar la afirmación de Nieto acerca de su nombramiento como alcalde de Madrid tras la caída de Espartero; desde luego no lo cita Enrique de Aguinaga, cronista oficial de la Villa (1993). A partir de 1848, abandonó la traducción y se dedicó a sus empresas periodísticas y a la participación en altas instancias administrativas. Entre el 19 de junio de 1848 y el 17 de febrero de 1852 desempeñó el cargo de secretario real. Fue vocal de la Junta de Beneficencia madrileña a partir de 1845 y vocal del Consejo de Sanidad desde su fundación en 1847 y secretario del mismo en varias ocasiones (se sabe de su nombramiento en noviembre de 1847 y en 1856), así como consejero de Instrucción Pública.
Nieto señaló que podría haber alcanzado “los primeros cargos de la nación” si no hubiera ocurrido la Revolución de 1868. En la mayoría de estos puestos y comisiones compartió tarea con otros destacados higienistas de la época, como Mateo Seoane o Pedro F. Monlau, así como con Pedro María Rubio y Martín, el médico de la Reina regente. Su ideario liberal estuvo impregnado de cristianismo, de respeto a la ley y de amor por la Corona. Fue persona de orden, dotado de un sentido muy estricto de la jerarquía social.
Nadie lo caracterizó mejor que su íntimo amigo Matías Nieto (1888): “Méndez Álvaro profesaba en religión el principio de autoridad, así como en ciencias el de la libertad, y en política ese término medio que le hizo figurar siempre en el partido conservador”. Fue redactor de un proyecto de ley de sanidad, no considerado en las Cortes. También salió de su pluma el decreto de partidos de 5 abril de 1854, que procuró una ordenación (efímera) de los contratos de titular, pues separaba la obligación de la atención a los vecinos pobres de la de los pudientes —algo que sólo se consiguió lentamente en los decenios siguientes—, se ponía coto a la arbitrariedad en la provisión y en la destitución de médicos, cirujanos y farmacéuticos titulares.
Su abolición tras los sucesos revolucionarios da razón de su oposición a O’Donnell y su Unión Liberal, que se plasmó en una última aventura político periodística, el diario El León Español (1854).
Su tarea más relevante y prestigiosa fue la consolidación del semanario El Siglo Médico. Antes había frecuentado la práctica totalidad de series médicas madrileñas de los años entre 1830 y 1840, destacando bajo su dirección, por su original presentación, los Archivos de Medicina Española y Extranjera, primera publicación médica mensual. De allí pasó a dirigir el Boletín de Medicina, Cirugía y Farmacia, fundado en 1834 por Mariano Delgrás Rivas (fallecido en 1855), Manuel Codorniz Ferreras (1788-1857) y Manuel Ortiz Traspeña, donde sustituyó en el puesto (1847) a Serapio Escolar Morales (muerto en 1874).
Este periódico actuaba como órgano de la Sociedad Médica General de Socorros Mutuos, lo que generó otra ocasión de contacto con Seoane. De su fusión en 1854 con la Gaceta Médica (1845) de Nieto Serrano (por el Instituto Médico de Emulación) nació el más longevo producto periodístico médico español con anterioridad a la guerra de 1936-1939, El Siglo Médico.
Como publicista, su curiosidad se volcó con la mayor asiduidad en el naciente campo de la Higiene Pública, aparte de pronunciarse sobre todos los problemas de la organización profesional y actuar como altavoz de las novedades médicas internacionales, conocidas a través de la consulta sistemática de las publicaciones periódicas europeas.
Sus artículos sobre los problemas sanitarios hispanos de su tiempo estuvieron todos imbuidos de una estrategia de modernización, cifrada en aclimatar a nuestro medio, maneras e instituciones presentes en los países europeos más cercanos. Así, sus comentarios en el momento de la aprobación de la Ley General de Beneficencia, en 1849, subrayaron las carencias de la situación hispana en comparación con la de Francia, Bélgica, Inglaterra o Alemania, en todos los aspectos, “recursos, organización y criterios”. En 1856 volvió a la carga para denunciar los graves problemas de infraestructura que padecía la organización benéfica española, en un momento en que ésta revestiría una importancia capital para la sociedad en tanto que “mejor arma contra el socialismo y el comunismo”. Y su discurso de entrada a la Academia Médica madrileña, en plaza ganada por oposición, sobre Higiene municipal, comienza relatando la situación internacional, sigue con la descripción de la (atrasada) realidad española y acaba exponiendo las mejoras que serían necesarias para superar tal diferencia.
Su cargo en el Consejo de Sanidad, su continua atención a la marcha de los asuntos de la prevención en los países europeos y su no menos constante actividad publicística en la materia le convirtieron en una de las primeras autoridades hispanas en materias de higiene. Fue representante oficial de nuestro país en la Conferencia Sanitaria de París (1851-1852), con Monlau, la reunión que inauguró el movimiento de la sanidad internacional. Participó en la comisión extraordinaria nombrada por la Junta General de Beneficencia y el Real Consejo de Sanidad con el encargo de compilar la estadística oficial del cólera epidémico sufrido en España entre 1854 y 1856, en compañía de Seoane y Monlau, entre otros. Con sus artículos, Méndez contribuyó a generar el movimiento de opinión favorable al establecimiento de la estadística demográfica, como recurso básico para la reflexión higiénica. Por ejemplo, instó a que se incluyeran médicos en la Comisión General de Estadística, lo que se hizo realidad en el ámbito provincial, si bien no estuvo de acuerdo con que los puestos se otorgasen por libre designación. Apoyó críticamente la puesta en marcha del Registro Civil en España, promoviendo tanto la intervención médica en la constitución de los datos como su participación en la explotación razonada de los mismos, lo que fue llevado a la práctica por Cástor Ibáñez de Aldecoa, primero como gobernador civil de Barcelona (1877-1878) y más tarde como director general de Beneficencia y Sanidad (1879), cuando ordenó la publicación de los Boletines mensuales de Estadística Demográfico-sanitaria de la Península e Islas Adyacentes, que continuaron hasta 1884.
En 1859, Méndez tomó parte en la llamada “polémica hipocrática” despertada por Pedro Mata ante la Academia de Medicina de Madrid al caracterizar como “sistema ridículo en nuestros días” el recurso a la autoridad clásica, en particular su idea de “naturaleza medicatriz”, que habría sido desmontada en su totalidad por la química. Méndez Álvaro defendió un vitalismo opuesto al materialismo radical, a la vez que estimó prematuro el triunfo del laboratorio, pues sus “maravillas” aún estarían por probar. Diez años después perseveraba en su idea de precaverse frente a los excesos analíticos de la medicina experimental y criticaba el “mucho microscopizar, criptogamizar, bacterizar, quimiquear” (apud Fresquet, 1990). El recurso al análisis demográfico y moral le pareció durante toda su vida más sólido fundamento a la opinión higienista.
Muerta su esposa en 1861, volvió a contraer matrimonio con Ramona Blanco y Pérez, quien le sobreviviría, sin obtener tampoco descendencia.
Entre abril 1867 y octubre de 1868 fue comisario regio del Museo de Ciencias Naturales, donde alentó los trabajos de la comisión de estudio de los materiales recogidos por la Comisión Científica del Pacífico (1862-1866) que se había creado a mediados de 1866 y que perduró hasta 1885.
En junio de 1871 nació el Instituto Nacional de Vacunación, por iniciativa del Ministerio de Fomento, haciéndolo depender de la Academia de Medicina de Madrid, donde existía una Comisión de la Vacuna cuyo responsable, Méndez Álvaro, se convirtió en presidente de aquél. Éste fue uno de los recursos por los que la madrileña se consolidaba como “academia médica del estado”, más allá de la consideración igualitaria entre las distintas academias de distrito, si bien, al mismo tiempo, impedía la pretensión académica de crear su propio centro de vacunación. La República retiró la confianza en la Academia, que volvió a verse confirmada en 1875-1876, cuando, en dos etapas, se refundó un Centro General de Vacunación.
Problemas de dotación, ubicación y competencia con las Casas de Socorro urbanas hicieron que su vida institucional languideciera, sin alcanzar grandes cotas de actividad vacunadora, hasta su fusión en el nuevo Instituto de Sueroterapia, Vacunación y Bacteriología Alfonso XIII creado a instancias de Carlos María Cortezo en 1899.
En 1874, Méndez Álvaro volvió a representar a España en una nueva Conferencia sanitaria internacional, esta vez en Viena. Allí se mostró contrario a los regímenes de incomunicación interior, mientras que defendió la oportunidad y la vigencia de las cuarentenas exteriores.
La experiencia de la revolución y la república le llevaron a pronunciarse en contra del utopismo higienista.
Después de advertir la estrecha imbricación que podía darse entre insalubridad, inmoralidad y rebeldía, Méndez Álvaro subrayó la discrecionalidad de la intervención higiénica —que no respondía a derecho alguno, sino a los principios de la caridad cristiana— y su carácter puramente paliativo —ofrecer remedio en lo que era posible—. En su discurso sobre La habitación del menesteroso (1874) mantuvo que toda la energía de la intervención sanitaria debía encaminarse a modificar los hábitos de comportamiento de los pobres, para conseguir “una especie de regeneración mediante el honrado trabajo unido a la virtud”. Este espíritu guio su última gran contribución a la historia de la salud pública en España, la creación de la Sociedad Española de Higiene.
En efecto, con motivo del nacimiento en Francia y Bélgica de distintas Sociedades de Higiene o Medicina Pública, Méndez Álvaro reclamó la creación en España de una Sociedad de Amigos de la Salud Pública, con la misión fundamental de estudiar las razones de la elevada mortalidad del país. Este objetivo fue alentado por el grupo médico articulado por El Siglo Médico, en pugna con otro barcelonés nucleado por la Gaceta Médica Catalana. La efervescencia catalanista, que no veía con buenos ojos la idea de formar una “sociedad española”, favoreció al grupo madrileño y por Real Orden de 12 de septiembre de 1881 (bajo ministerio Sagasta) se aprobaron los estatutos de la Sociedad Española de Higiene (SEH) presentados por la comisión presidida por Méndez Álvaro, que el domingo 23 de abril del año siguiente celebró su inauguración oficial. La agrupación, con formato de federación de entidades locales y temáticas, nacía con afán de investigación sobre la salud pública y con afán de popularizar dichos conocimientos, crear instituciones higiénicas y fomentar la formación universitaria.
Su razón de ser quedó expresada en el discurso inaugural del Monarca: “Se trata del desarrollo de la riqueza pública; se trata de mejorar nuestra sociedad, mejorando la constitución de cada uno de los individuos que la componen; se trata, en fin, de procurar en lo posible la superioridad física de nuestra raza [...]”, todo ello en la perspectiva de desactivar los enfrentamientos sociales, mostrando a los trabajadores la preocupación de las clases acomodadas por su bienestar.
Méndez Álvaro fue nombrado presidente y ejerció aquí su última actividad pública. El conservadurismo exacerbado que impregnaba sus juicios tras la experiencia revolucionaria del sexenio quedó plasmado en las discusiones celebradas por la SEH durante su primer curso, que versaron sobre la mortalidad de Madrid.
Su resultado, en las palabras del propio Méndez Álvaro, no deja de ser llamativamente deudor de un pensamiento de corte determinista geográfico: “Las condiciones topográficas y climatológicas de Madrid constituyen, sin género alguno de duda, la principal causa de su excesiva mortalidad”.
Su contribución periodística se completó con la compilación de una todavía no superada enciclopedia histórica de la prensa médica y farmacéutica española.
Esteban Rodríguez Ocaña
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