Las Huelgas (Burgos), 20.V.1540 – Madrid, 6.VIII.1599
Tras recibir una educación profundamente católica y vivir su juventud enrolado en el ejército, Bernardino Gómez de Obregón decidió dejarlo todo y dedicar su vida a cuidar de los más necesitados. Ofreció sus servicios en el hospital de la Corte, vendió todo lo que tenía y, finalmente, fundó la Mínima Congregación de los Siervos de los Pobres, con la que pretendía mejorar la asistencia a los enfermos más desfavorecidos
Sin embargo, la epidemia de peste que afectó a la Corte en el año 1599 le hizo enfermar al atender a un contagiado, lo que provocó su muerte el 6 de agosto de ese mismo año. Con el recuerdo de Bernardino Gómez rendimos un pequeño homenaje a todos aquellos sanitarios que han fallecido intentando salvar vidas durante la pandemia que nos afecta.
Hijo de Francisco Gómez de Obregón y de Juana de Obregón y hermano de Ana y María, nació Bernardino en una familia de la baja nobleza burgalesa, lo que le permitió, por su condición hidalga y relaciones familiares, acceder a una formación acorde con su situación familiar. La prematura muerte de sus padres hizo que la custodia y educación de los tres niños pasasen a cargo de un familiar cercano, su tío, chantre de la iglesia de Sigüenza, quien continuó con su formación y dio posición social a los jóvenes. Ana, la hermana pequeña, ingresó como religiosa en el monasterio de Las Huelgas; casó a María en Burgos y dio empleo al joven Bernardino en la casa del obispo de la diócesis, donde fue instruido en un profundo ambiente religioso.
Pudo más su espíritu aventurero que el de estudiante, y con la edad necesaria entró como alférez en la compañía mandada por el capitán Juan Delgado, con quien pasó a Flandes e Italia en las galeras del rey Felipe II e intervino activamente en la batalla de San Quintín, el 10 de agosto de 1557. Durante su etapa de militar, sirvió bajo las órdenes del duque de Saboya y del duque de Sesa, que le abrieron las puertas de la Corte, una vez que regresó a España. Ya en Madrid, el duque de Sesa le nombró su caballerizo mayor y comenzó a frecuentar los ambientes cortesanos, situándose en el círculo de íntimos del rey Felipe II, a quien asistió muchos años después en su propio lecho de muerte.
Sus años de militar y el contacto directo con la muerte en el campo de batalla marcaron profundamente al joven Bernardino, que, imbuido del profundo sentimiento religioso en el que había sido educado, comenzó a frecuentar desde 1567 el hospital de la Corte y a prestar sus servicios para el cuidado de los enfermos. Fueron años decisivos en la vida de un joven de veintisiete años, que decidió, bajo el hábito de tercero de San Francisco, dejarlo todo y dedicarse por entero al cuidado de los enfermos. Vendió cuanto poseía y repartió su hacienda entre sus familiares y los pobres y se rodeó de un grupo de seis compañeros con quienes compartió su nueva forma de vida: Juan de Mata, Juan Mendoza, Juan de Montes, Pedro Hurtado, Juan García y Juan de Dios. De esta manera, comenzó a dar forma a lo que pocos años después sería una congregación dedicada a la asistencia de los enfermos pobres.
Ante el aumento de jóvenes que decidieron unirse a Bernardino en sus tareas asistenciales, fundó, a instancias del Monarca, una congregación, que fue aprobada jurídicamente con el nombre de Mínima Congregación de los Siervos de los Pobres y quedó bajo la protección de Felipe II, que dio las licencias necesarias para su fundación, recibiendo la aprobación del ordinario de Madrid y la confirmación del cardenal arzobispo de Toledo y del nuncio de Su Santidad. Se abrió con ello una nueva etapa en la vida de Bernardino, caracterizada por la búsqueda constante en la mejora de la asistencia a los enfermos, conocedor, como ya era, de las grandes carencias de los hospitales de la época y de la falta de formación de los asistentes.
Tras doce años de trabajo en el hospital de la Corte, en 1579 adquirió Bernardino unas casas en la calle de Fuencarral de Madrid y fundó el Hospital de Convalecientes de Santa Ana, adonde se retiró con sus hermanos y desarrolló una intensa actividad asistencial. Llegó a contar este hospital con ochenta enfermos convalecientes y otro tanto de niños huérfanos que recogía en las calles de Madrid, para los que fundó una escuela con maestro que les enseñaba la doctrina cristiana, a leer y a escribir y, cuando alcanzaban la edad adecuada, los ponía al servicio de maestros artesanos para que les enseñasen un oficio.
En esos años, fundó una congregación formada por treinta y tres sacerdotes y una hermandad intitulada Junta de Caballeros, cuyos miembros acudían al hospital para dar de comer a los enfermos, hacer las camas y enterrar a los difuntos.
Toda esta ingente actividad había proporcionado a Bernardino el aprecio de los madrileños y el respeto y admiración de la Corte, en la que Felipe II le distinguió durante toda su vida con su amistad y protección, concediéndole el hábito de Santiago.
En 1587 y por bula de Pío V, se redujeron todos los hospitales de la Corte, y entre ellos el de convalecientes de Santa Ana, a uno solo, el Hospital General. Por expreso deseo del Monarca, los señores de la Real Junta de Hospitales encargaron a Bernardino el gobierno del nuevo Hospital General, al que pasó con treinta y seis hermanos y cuarenta enfermos desde el hospital de convalecientes de Santa Ana el 24 de julio de 1587.
Fueron años en los que aumentó considerablemente el número de hermanos enfermeros que ingresaron en la congregación, y Bernardino los envió a prestar sus servicios no sólo a los hospitales de muchas ciudades del reino (Sevilla, La Coruña, Zaragoza, Pamplona...), sino también a las cárceles y a los ejércitos. En 1588 fueron veintidós enfermeros obregones en la escuadra enviada contra Inglaterra por Felipe II al mando del duque de Medina Sidonia, y posteriormente también efectuaron la travesía transatlántica.
Con más de cuarenta y cinco años, Bernardino de Obregón alcanzó su madurez como enfermero. Conoció los males que aquejaban a la asistencia sanitaria de la época. Trabajó durante más de veinte años directamente con los enfermos, trató con médicos, cirujanos y enfermeros y vio morir en sus manos a muchos enfermos. Todo ello le dio la visión necesaria para acometer cambios en el trabajo enfermero que supusieron una mejora significativa de los cuidados prestados en los hospitales, centrando su atención en cuatro pilares fundamentales: la mejora del entorno físico, una formación adecuada del personal de enfermería, la atención a los enfermos pobres convalecientes y la extensión de la asistencia por todo el reino.
Tras rechazar la propuesta de Felipe II de nombrarle visitador general de los hospitales reales, Bernardino marchó a Lisboa con doce hermanos enfermeros ante la petición efectuada por el príncipe Alberto, cardenal y gobernador de Portugal, que pidió personalmente al Monarca que enviase a una persona que reformase los hospitales de este reino. Llegó Bernardino a Portugal en julio de 1592 y se instaló en el Hospital Real de Todos los Santos, desde donde comenzó sus labores de reforma. Admitió hermanos enfermeros portugueses y castellanos, a los que instruyó y situó en distintos hospitales de Portugal y las islas Terceras (Azores). Fundó en Lisboa una casa o colegio para niñas huérfanas de soldados y difuntos pobres, que llegó a acoger a más de ciento setenta niñas; igualmente, acogía a mujeres y viudas sin recursos.
Fue en esta etapa portuguesa cuando Bernardino decidió, a petición de Felipe II, dar a su Congregación forma definitiva y componer unas Constituciones o Reglas que sirvieran de normas de funcionamiento a su instituto y de referente al numeroso grupo de hermanos enfermeros que ya asistían dispersos por muchas ciudades de España y Portugal. Para ello se retiró al monasterio de Nuestra Señora de la Luz, de la Orden de Cristo, situado a pocos kilómetros de Lisboa, en donde comenzó su redacción, que vio su final en el Hospital Real de Évora.
Después de varios años de intensa tarea reformadora, Bernardino fue llamado a la Corte ante la grave enfermedad que padecía Felipe II y le acompañó por expreso deseo del Monarca en sus últimos instantes en El Escorial, en donde falleció en 1598.
Las buenas y largas relaciones que le unieron con la Familia Real hicieron que acompañase en 1599 al joven Felipe III a Valencia ante su inminente matrimonio, viaje del que volvió al Hospital General de Madrid el 29 de abril de ese mismo año. Fueron los últimos meses de su vida. La grave epidemia de peste que asoló la Corte ese año le hizo enfermar cuando atendía a un enfermo contagiado, muriendo el 6 de agosto de 1599, a la edad de cincuenta y nueve años. Con su muerte se sesgó una vida entregada a la reforma de los hospitales españoles y portugueses y a una mejora de la asistencia a los enfermos pobres.
Su ideal de vida prendió en los hermanos de la Congregación que fundó, que siguieron los deseos de Bernardino y erigieron casas y hospitales por todo el reino y elaboraron, por su deseo, un manual de enfermería, titulado Instrucción de Enfermeros, que vio la luz en 1617 y que conoció otras cuatro ediciones más a lo largo de los dos siglos siguientes, significando esta obra una aportación sin precedentes para la enfermería española e internacional. Hasta mediados del siglo XIX, los enfermeros obregones difundieron una forma de concebir la enfermería y contribuyeron a superar muchas de las prácticas heredadas de la Edad Media, dotando de contenidos científicos la práctica enfermera española.
Bernardino de Obregón fue enterrado en una bóveda del Hospital General, cuando éste se ubicaba en la calle de San Jerónimo. En la actualidad, y desde el año 1999, sus restos descansan en una capilla del camposanto de la Real e Ilustre Archicofradía Sacramental de Santa María y del Hospital General de esta Villa (Madrid), institución que está llevando a cabo la rehabilitación del expediente de beatificación de este ilustre enfermero.
Antonio Claret García Martínez y Manuel Jesús García Martínez
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