Torija (Guadalajara), 11.VII.1720 – Cádiz, 30.XI.1790
Soñar, aprender, viajar y descubrir desde casa ha sido un escape que en la cuarentena nos han proporcionado los libros. Antonio de Sancha representa ese mundo que llena nuestros espacios y vida íntima. Se inició embelleciéndolos como encuadernador de varias instituciones como la Real Academia de la Historia o la Biblioteca Real. Su actividad de encuadernador se compaginó con la de librero desde 1755, fecha en que se encuentra el primer pie de imprenta donde se habla de la librería de Antonio Sancha. También fue editor e impresor de libros, uniendo en su persona y taller todos los oficios relacionados con el libro.
Hoy en día, su figura es recordada a través del premio que lleva su nombre y que desde 1997 la Asociación de Editores de Madrid concede anualmente a una personalidad en reconocimiento a su labor por la promoción y la defensa de los valores culturales en general, y del libro y de la lectura en particular.
Antonio Sancha Viejo nació en Torija, en el partido judicial de Brihuega, provincia de Guadalajara, hijo de Fabián Sancha, natural de la misma villa de Torija y de María Viejo, de la villa de Revolloso, agricultores acomodados. Posiblemente pasó los primeros años de su vida alternando los primeros estudios en su pueblo natal con el trabajo en el campo. En 1739, a la edad de diecinueve años, se trasladó a Madrid donde fijó su residencia.
El primer contacto de Antonio Sancha con el mundo del libro fue a través de su vertiente comercial, y su relación con el mundo de la imprenta le llegó a través de su matrimonio. El 3 de febrero de 1745 se casó con Gertrudis Sanz Ureña, hija de María Ureña y Francisco Sanz, siendo testigo de la boda Antonio Sanz, impresor de Cámara de Su Majestad, de la Real Academia de la Historia y del Consejo de Castilla, hermano de Gertrudis y sobrino de Juan Sanz. Sancha entroncó de esta manera con una dinastía de impresores que comenzó su labor a mediados del siglo XVII y se había señalado en la impresión de comedias. Fruto de este matrimonio tuvo Antonio Sancha cuatro hijos: Gabriel Sancha y Sanz, su primogénito, nacido en marzo de 1746, a quien a la postre dejaría al frente de su imprenta y sería su sucesor, alcanzando también gran renombre en el mundo del libro; Manuel Sancha y Sanz, nacido el mismo año que Gabriel; Antonio Evaristo Sancha y Sanz, nacido siete años después, en 1753; y María Francisca de Sancha nacida en 1755. Los hijos de Sancha, al fallecimiento de éste, permanecieron juntos con el negocio sin llegar a separarse nunca.
Probablemente la primera ocupación de Sancha en el mundo del libro fue la de encuadernador; así lo indica Indalecio Sancha, nieto de Antonio, en un artículo en la revista El artista (I. Sancha, 1836: 156-159), así lo indican los primeros documentos referidos a Sancha, y así lo declaró él en 1758 con motivo de su comparecencia en el proceso que el impresor Manuel Martín mantuvo contra Antonio Sanz —su cuñado y para quien realizó trabajos de encuadernación— con el fin de hacerse con el privilegio para la publicación de las Guías de forasteros.
No es posible determinar dónde aprendió Sancha el oficio de encuadernar —posiblemente en el taller de Antonio Sanz—, pero lo cierto es que debió hacerlo con prontitud y destacada destreza. Las primeras obras que le son atribuibles comienzan a mostrar ya las que van a ser las características de su taller más adelante. Su capacidad como encuadernador era reconocida incluso por sus contemporáneos, quienes le consideraban un artista superior e insuperable en las encuadernaciones de los ejemplares de lujo, entre las que se puede encontrar ejemplos de todos los estilos artísticos que se sucedieron a lo largo de su vida. Pero no sólo se dedicó a esta encuadernación superior; de su taller también salieron numerosas encuadernaciones de tipo industrial destacando, también en éstas, por su solidez y perfección.
Fue bajo el reinado de Fernando VI cuando la habilidad de Sancha para la encuadernación empiece a imponerse y a ser reconocida, ejerciendo una profunda influencia y orientando las tendencias de la producción española hacia lo que se venía haciendo en Europa, pero dotándolas de un inconfundible acento español. A él son atribuibles nuevas aportaciones técnicas en España como el empleo de la plata o el uso de hierros de ángulo.
En 1751 ya trabajaba como encuadernador para la Real Academia de la Historia (si bien Indalecio Sancha apunta que su nombramiento como encuadernador data de 1757) y posteriormente, en 1754, sustituyó a Juan Pérez como encuadernador de la Real Academia Española.
En 1755 viajó a París por primera vez con objeto de mejorar la técnica de la encuadernación en pasta. Durante el reinado de Carlos III, su taller continuó siendo el primero entre todos, marcando la pauta sin que los demás talleres consiguieran acercarse a su maestría. A él es a quien se debe la introducción de las nuevas modas y técnicas, tal y como había sucedido durante el reinado anterior. En 1760 viajó de nuevo a París, esta vez para llevar —merced a una pensión concedida por el monarca Carlos III— a su primogénito Gabriel Sancha —de sólo catorce años y que ya no regresaría a España, al menos definitivamente, hasta 1773— para que allí aprendiese el oficio de encuadernador.
En 1761 figura ya como encuadernador de la Biblioteca Real Pública y, en consecuencia, obtuvo título de criado de la Casa Real por privilegio que el Rey otorgó a todos los miembros de la Biblioteca Real.
A la hora de asignar encuadernaciones a Sancha, hay que tener en cuenta que nunca firmó con su nombre completo sino sólo con su apellido “Sancha Fecit”, por lo que es de suponer que algunas de las obras que con esta firma salieron de su taller sean atribuibles a su hijo mayor, también gran maestro en el arte de la encuadernación e incluso a su hijo menor, Antonio Evaristo Sancha, quien también fue encuadernador.
La gran actividad de Sancha como encuadernador se compaginaría con la de librero desde 1755, fecha en que se encuentra el primer pie de imprenta donde se habla de la librería de Antonio Sancha.
En 1764 figura como accionista de la Compañía de Impresores y Libreros del Reino de la que sería tesorero desde 1787 hasta su muerte.
En la librería de la plaza de la Paz, frente a la imprenta de Antonio Sanz, y fruto de la inquietud, generosidad y exquisito trato de Sancha para con sus amigos, nació una tertulia a la que acudían autores y eruditos de renombre en todos los campos de la cultura, como pudieron ser Francisco Cerdá y Rico, Juan Antonio Pellicer, Pedro Rodríguez Campomanes, el conde de Aranda, Antonio Capmany de Montpalau, Juan de Iriarte y Juan López Sedano, entre otros. Posiblemente de estas reuniones surgieron las ideas que Sancha trató de llevar a la práctica editorial, como lo fue una de las más preciosas impresiones realizadas hasta ese momento: Parnaso español. Para llevar a cabo este proyecto Sancha encargó a Sedano la dirección de la obra y, para su impresión, dado que aún no contaba con imprenta propia, eligió, cómo no, la del mejor impresor del momento: Joaquín Ibarra. Esta obra apareció en nueve tomos entre 1768 y 1778, los cinco primeros impresos por Ibarra y, desde el sexto, en 1772, hasta la supresión de la colección en el noveno, impresos por el propio Sancha.
Como editor sin imprenta estuvo poco tiempo, apenas dos o tres años, los que median entre su primera incursión en el mundo de la edición en 1768 y 1770 (1771 según Indalecio Sancha), año en que compró una imprenta. De esta labor como editor en “exclusiva” sólo surge, además de los cinco primeros tomos de Parnaso español, una Gramática griega (1771) de fray Bernardo Agustín de Zamora.
En 1770 (1771, según Indalecio Sancha) añade Antonio Sancha una nueva faceta a su labor: la de impresor, y lo hace adquiriendo en ese año la imprenta de Gabriel Ramírez —quien había sido impresor de la Real Academia de San Fernando— y que en aquel momento era propiedad de la monja dominica sor Manuela de Santa Catalina. La imprenta adquirida contaba con siete prensas y personal ya instruido y cualificado. Sancha continuó con el personal y las prensas, que en pocos años, aumentaron hasta dieciséis.
Fue Antonio Sancha un personaje inquieto en busca de sus objetivos, lo que le llevó a gran cantidad de cambios de residencias en un período relativamente breve de tiempo para acomodar su floreciente negocio. Si en 1768 se le encontraba en la plazuela de la Paz “frente del correo”, en 1770 mudará su librería a la plaza del Ángel, y al año siguiente, en 1771, pasará a la calle de Barrionuevo, y tan sólo dos años después estaba en la plaza de la Aduana Vieja, donde definitivamente se asentó hasta su muerte, en un antiguo caserón que había sido del Ministerio de Hacienda y destinado a Aduana Pública y Comercial y que por su tamaño le permitió instalar su negocio —ahora una gran industria— donde tendría cincuenta hombres trabajando, con todas las dependencias relativas al negocio de la imprenta: almacén de papel, taller de encuadernación, imprenta y librería, que también trasladó a aquel edificio, junto con su vivienda.
A su labor editora imprimió una labor educativa propia de un ilustrado. Le movía el afán de “contribuir al restablecimiento de las buenas letras y dar a conocer al mismo tiempo los excelentes ingenios que España en todos los tiempos ha producido”. Para ello se lanzó a la misión de reimprimir las mejores obras de los grandes escritores españoles tanto en verso como en prosa, con una cuidada selección de textos que incluían tanto poetas e historiadores de los siglos XVI y XVII como clásicos y autores contemporáneos, procurando utilizar como base para sus ediciones obras impresas en vida de los autores para alcanzar la máxima fidelidad a los textos originales. Como impresor, al igual que en su faceta de encuadernador, alcanzó las más altas cotas de la profesión y aplicó a esta labor el mismo sentido perfeccionista que a aquélla, con exquisitas ediciones perfectamente manufacturadas en un papel de hilo excelente con una elegante impresión de gran nitidez, de márgenes amplios y una cuidadísima tipografía.
Con él, enriqueciendo sus ediciones, trabajaron todos los grandes ilustradores españoles de su tiempo: Mariano Maella, Isidro Carnicero, José Camarón, Vicente Ximeno, Luis Paret, etc. Y para adaptar las creaciones de estos maestros utilizó a los más destacados artistas del grabado como Fernando Selma, Blas Ametller, Simón Brieva, Juan Moreno Tejada, etc., quienes realizaron para Sancha algunas de sus mejores obras.
A sus títulos como encuadernador de las Reales Academias y de la Biblioteca Real sumó, en 1775, el de impresor y librero de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País. De su capacidad y seriedad habla el hecho de haber conservado todos sus títulos hasta el día de su muerte.
Entre la enorme cantidad de obras que Sancha imprimió en los años que transcurren desde que compró la imprenta de Ramírez hasta su muerte, además de la ya mencionada Parnaso español (1768-1778), son destacables la Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV (1779-1782), complemento de la anterior y preparada por Tomás Antonio Sánchez y Teatro histórico-crítico de la elocuencia española, por Antonio Capmany, que Sancha no vería acabar. Junto a éstas, hay que destacar las colecciones de clásicos españoles como la Colección de las obras sueltas (1776-1779) de Lope de Vega, a la que siguieron la de Cervantes —en la que hay que destacar la edición del Quijote (1777), Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1781), las Novelas ejemplares (1783) y La Galatea (1784)—, la colección de obras de Quevedo, fray Luis de Granada, Gracilaso de la Vega, las Coplas (1781) de Jorge Manrique, Las Eróticas (1774) de Esteban Manuel de Villegas, etc. Sobre historia publicó siete crónicas de reyes y sucesos de Castilla, algunas de las cuales eran inéditas, una Historia crítica de España que no llegó a ver conclusa, Origen, progresos y estado actual de toda la literatura [...] (1784), etc. En los últimos años de su vida, puso su empeño en la publicación de una Enciclopedia metódica, traducida del francés, obra que no vio terminada y que por su elevado coste y escasa aceptación puso la primera piedra al declive y ruina de la imprenta de Sancha.
Las obras que publicó constan en sus catálogos; el más antiguo data de 1778 y junto con otros tres redactados en 1782, 1787 y 1790, suman más de doscientas páginas.
Antonio Sancha Viejo murió el 30 de noviembre de 1790, a los setenta años de edad, en Cádiz, donde había ido a tomar los aires, “víctima de su excesiva delicadez”, como indica Indalecio Sancha en El artista.
Antonio Sancha Viejo ha sido, sin duda alguna, uno de los dos o tres personajes fundamentales del universo del libro del siglo XVIII, no sólo en España sino probablemente en todo el mundo. Hombre de gran cultura, inquietud y ambición, logró sobresalir en las tres ramas de la creación del libro impreso. Puede ser considerado el primer encuadernador de su tiempo, el más importante editor, sin rival hasta bien pasado su siglo y magnífico impresor, capaz de compararse en este campo con la, sin duda, mayor figura que ha dado el mundo del libro, el aragonés afincado en Madrid, Joaquín Ibarra Marín. Hizo suya la labor de elevar las artes del libro español a un nivel superior y acercarlas al europeo, se enorgulleció de ello y así lo puso de manifiesto en los prólogos y advertencias de muchas de sus ediciones.
Sergio Martínez Iglesias
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