Anteayer fotográfico zaragozano
S.A. doña Isabel de Borbón y Borbón en coche de caballos, asistida por su dama de compañía, Margarita Beltrán de Lis, y el alcalde de la ciudad, César Ballarín Lizárraga, a su paso por la calle Predicadores, junto a la Casa de Amparo. Fondos Fotográficos DPZ. Colección Luis Gandú Mercadal
El domingo 28 de julio de 1912, a las ocho de la noche, llegaba de visita a Zaragoza, S.A. la Infanta Isabel de Borbón y Borbón, conocida popularmente como “la Chata”. Hija primogénita de la reina Isabel II, hermana de Alfonso XII, Princesa de Asturias en dos ocasiones y según las malas lenguas, hija bastarda de un señor muy bien plantado y orgulloso, llamado Manuel Ruiz de Arana, para los íntimos “el pollo Arana”. De ahí en adelante, en los círculos más cercanos se la conocería como “la Araneja”.
La infanta no tuvo demasiada suerte en el amor ya que su esposo, el conde Girgenti, italiano de nacimiento, homosexual y propenso a la epilepsia, acabó suicidándose para rematar el folletín de desesperación y amargura. Su Alteza no volvió a contraer nupcias.
Por contra, el pueblo la adoraba por su espontaneidad y jovialidad, y esperaba con ansia su visita allá donde fuere. Este es el caso de aquel mes de julio de 1912, en el que doña Isabel de Borbón y Borbón era recibida por la ciudad de Zaragoza vestida de gala, con cohetes, banda de música y las más altas autoridades esperándola con devoción y cortesía en el populoso barrio del Arrabal.
Las distintas comisiones monárquicas aguardaron a S. A. presididas por el alcalde, don César Ballarín Lizárraga, en el Puente de Piedra, lugar en el que la infanta sería aclamada por la multitud, y donde el máximo representante de la ciudad, le haría entrega de un ramo de flores con cintas de los colores nacionales, tras el discurso de bienvenida.
El gentío enfervorizado tuvo que ser disuelto por la Guardia Civil de caballería, sable en mano, rodeando el vehículo de doña Isabel, quien al ver las muestras de cariño ordenó que dejaran acercarse a todo el que lo solicitara, lo que provocó una ovación delirante en palabras de la época.
En la Puerta del Ángel, subía junto a su dama de compañía, la señorita Margarita Beltrán de Lis, al coche de caballos que el alcalde tenía preparado para el recorrido por la ciudad.
Comenzaba una tournée sin descanso, cuyo punto de partida sería el Sanatorio de la Cruz Roja, situado en aquellos momentos en el paseo del Ebro número 65, hoy paseo de Echegaray y Caballero 152, ya desaparecido. En ese lugar formaron los camilleros, con su banda de cornetas y tambores, momento en el que la señorita de Arizón, dama de la Cruz Roja, entregó a la Infanta un ramo de flores, tras un breve discurso.
En el barrio de las Tenerías, la gente, en su mayor parte labradora, ovacionó a la Infanta con un entusiasmo pocas veces conocido, repitiéndose los aplausos en la plaza de la Magdalena y en la plaza de la Constitución, donde una compañía del regimiento del Infante, con bandera y música, tributó a S.A. los honores correspondientes. La muchedumbre que llenaba la plaza la aclamó, y desde los balcones llenos de socios de los Casinos Independiente, Mercantil y Principal, aplaudieron al paso de la augusta viajera. Las damas arrojaron flores. El paso de la Infanta por la calle de Don Alfonso I fue, según el relato en prensa, verdaderamente triunfal. La Infanta, emocionada, devolvía los saludos al público.
A las ocho y media llegó la comitiva al templo del Pilar. En el atrio recibió a S. A. la Junta de damas de la aristocracia, el arzobispo señor Soldevila revestido de pontifical ofreció el agua bendita a la Infanta. Organizada la comitiva, marchó delante el cabildo con cruz alzada, detrás la Infanta, junto al arzobispo, bajo palio, cuyas varas llevaban seis canónigos y, finalmente, las autoridades y comisiones militares de todos los Cuerpos. Dentro del templo la comitiva cantó el Te Deum en el altar mayor, oficiando el arzobispo, y tras una Salve, la Infanta entró en el camarín de la Virgen para adorarla, cuyo riquísimo manto de oro lucía bordado el escudo de España. En la Catedral había iluminación extraordinaria. Salió la Infanta del templo bajo palio, y nuevamente fue aclamada al pasar por las calles de Don Alfonso I, Coso, y plaza de la Constitución.
La Infanta se hospedó en el Hotel Europa, sito en la hoy plaza de España, lugar donde cenó junto a las autoridades de la Real Maestranza de Caballería. Tras la cena, las bandas de música de los regimientos de la guarnición, le obsequiaron con una serenata, que escuchó desde el balcón principal del hotel. Después, la rondalla interpretó una jota y los cantadores lanzaron coplas alusivas a doña Isabel, quien se mostró muy satisfecha del gran recibimiento que Zaragoza le había tributado.
El lunes 29 de julio, S.A. almorzó con los señores Gasca, Castillón, arzobispo, deán del cabildo, provisor, generales Castaño, Carsi, Carpio, Iglesias, Rodríguez y otras personalidades. Al terminar el almuerzo, de nuevo una rondalla de baturros interpretó la jota, cantándose coplas alusivas a la augusta viajera.
Acompañada de las autoridades, la Infanta doña Isabel visitó el palacio de Museos, uno de los edificios que subsisten de la Exposición Internacional de 1908.
La Infanta observa una de las obras del Museo Provincial junto a personalidades como el alcalde de la ciudad, su dama de compañía y don Basilio Paraíso. En primer plano el deán del Cabildo, don Florencio Jardiel.
En el Museo Comercial la esperaba el presidente de la Cámara de Comercio, don Basilio Paraíso, donde le entregó la medalla de plata de la Exposición Hispano-francesa y un ejemplar del Libro de oro de aquel certamen. D. Victorino Zorraquino obsequió á la Infanta con exquisitos chocolates y bombones, fabricación de la Casa Zorraquino. La Infanta firmó resuelta en el álbum de dicho industrial elogiando sus chocolates.
Seguidamente visitó la Escuela de Bellas Artes, y a continuación, recorrió los Paseos de Torrero y de Pamplona. En la iglesia parroquial de Santa Engracia pudo admirar detenidamente la cripta de los innumerables mártires de Zaragoza, adorando las reliquias.
Recorrió en carruaje varias calles de la población, recibiendo constantemente muestras de simpatía, visitando además, varios conventos de religiosas, en los cuales concedió a las niñas educandas un día de fiesta.
Después de la comida, asistió al festival de jota que le dedicaron las Juventudes liberal y conservadora en el teatro Parisiana, donde fue recibida por Comisiones de ambas Juventudes. El público, puesto en pie, aplaudía con gran entusiasmo, mientras la orquesta interpretaba la Marcha Real.
Siguió su recorrido hacia al Hospicio, lugar en el que la banda de música del establecimiento interpretó la Marcha Real, y los asilados vitorearon a S. A. Allí fue recibida por Comisiones de la Diputación provincial y el Ayuntamiento. La Infanta hizo desfilar ante ella a los asilados y asiladas, y visitó los talleres, donde fue obsequiada con un magnífico ramo de flores y con champagne, pasando al Hospital en una breve visita.
Terminada la visita al Hospital, la Infanta se trasladó al Teatro-Circo, donde se celebró una función en su honor. La compañía Gómez-Ferrer interpretaba la comedia Amores y amoríos. Al entrar S. A. en el teatro, los espectadores la recibieron con una gran ovación. Una vez finalizada la función, la princesa se retiró a descansar al hotel de Europa, frente al que esa noche tocaron las bandas de los regimientos de la guarnición.
Martes 30 de julio.
La Infanta Isabel visitó el templo de San Pablo admirando las bellezas artísticas que contiene aquél. Acompañaron a Su Alteza, durante la visita, el arzobispo y la mayoría de los beneficiados, explicándole datos interesantes acerca del origen de las joyas que se guardan en el templo.
Desde San Pablo se dirigió a la Casa Amparo, que sostiene el Municipio; allí la esperaban los concejales monárquicos y las hermanas de la caridad. Visitó el almacén y el ropero, siendo obsequiada con un lunch. Los asilados desfilaron después ante la Infanta, entregándole ramilletes de flores. Una asilada pronunció un discurso de salutación, emocionando a los concurrentes. Los últimos en desfilar fueron los ancianos y ancianas, que besaban emocionados las manos de Su Alteza. Todos los asilados vitorearon a la Infanta caritativa.
Después de comer en su alojamiento, la Infanta, acompañada de su séquito, formado por el Capitán General de la V Región, Luis Huerta Urrutia, el general Salcedo, el gobernador civil y el alcalde, visitó la iglesia del Portillo, orando ante el altar mayor. Después visitó la capilla en la que reposan los restos de las heroínas del Sitio de Zaragoza. Su Alteza ordenó que los beneficiados que la acompañaban entonasen responsos ante las tumbas de las heroínas.
La Infanta marchó de allí al castillo de la Aljafería, donde se alojaban los regimientos de Aragón y del Infante, en cuya puerta esperaba a S. A. la oficialidad en pleno. Las músicas tocaron la Marcha de Infantes. Los generales Rañoy y Carci cumplimentaron a S. A. que, en unión del gobernador del castillo, visitaran la mezquita y el salón del Trono. La Infanta mostró su deseo de ver el rancho de la tropa y, sentada en un banco de madera de los que usan los soldados, comió en los mismos platos que sirven para aquellos, consistentes en paella y bacalao a la vizcaína. El séquito de Su Alteza también probó la comida. Atendiendo indicaciones de la Infanta, se subió la cantidad condimentada para las fuerzas del regimiento de Aragón. La Infanta dio orden de que se le llevaran a la fonda en que se aloja, los platos en que comió, para conservarlos como recuerdo.
Al terminar el almuerzo, rogó a las autoridades que no se molestasen en acompañarla, anunciando que pensaba dedicar la tarde a hacer compras. La primera visita fue para el mercado de la plaza de Lanuza, el más importante de la población, siendo acogida por las vendedoras con gran entusiasmo, con las que conversó, preguntándoles numerosos detalles relacionados con los artículos que expedían y con la venta de los mismos.
Una anciana verdulera dijo a la Infanta.
—Alteza: soy la más vieja del mercado; tengo setenta años.
La infanta le contestaba:
—Paciencia, hija. Yo tengo sesenta.
A continuación, se trasladaba a la calle de Don Alfonso I, donde se dejaría sus buenos duros en compras en la mayoría de los comercios, pero primero despediría el coche rogando al jefe de Policía que no la siguieran las fuerzas de su mando, a fin de que el pueblo, que mostraba gusto en ir en pos de ella, pudiera satisfacer libremente su deseo. No llevaba la Infanta más compañía que la señorita Beltrán de Lis.
La Japonesa fue el primer establecimiento que visitó, recibiéndola en la puerta Marín Yaseli, propietario de la tienda dedicada a la venta de bastones y abanicos entre otras cosas.
En los grandes almacenes de San Felipe, comercio de suntuosos tejidos, compró la infanta un fastuoso vestido de seda, siendo obsequiada por los señores don Simón Navarro y hermanos con un "bris bise" como recuerdo de la preciosa instalación que hicieron en la Exposición hispano-francesa de 1908.
En los almacenes del Pilar adquirió un guardapolvo de seda, un echarpe y un traje de señora.
Claro que algún que otro obsequio llevó a Madrid, como un "magnífico estuche con cartera, petaca y cerillero de piel de serpiente para el rey Alfonso XIII, una preciosa sombrilla de playa para su majestad la reina Victoria y varios abanicos con paños de asuntos baturros". Regalos todos ellos de don Rafael Artero, propietario de la sedería de San Felipe.
Entró además en La Parisién visitando sus talleres de confección de sombreros para señoras, señoritas y niños. Hizo un gasto importante según relata El Heraldo de Aragón, además de visitar la casa Faci hermanos, donde adquirió imágenes de la virgen del Pilar en plata. A las ocho menos cuarto de la noche continuaba en la calle de Don Alfonso, que ofrecía aspecto animadísimo.
A primera hora de la noche entraba la Infanta doña Isabel en el templo del Pilar, asistiendo al Rosario que a esa hora se rezaba diariamente en la capilla de la Virgen.
Una vez de vuelta a su hotel, la Infanta recibió la visita de una Comisión de la entidad musical La Bretoniana, que fue a ofrecerle la presidencia honoraria, aceptando gustosa. Para entregarle el título a S.A. iría en octubre a Madrid una Comisión de la misma.
Terminada la comida se dirigió la Infanta al teatro Principal, adornado profusamente con plantas y flores, donde se celebró un festival dispuesto en su honor. Las bandas militares, el Orfeón zaragozano, la rondalla, y cuantos elementos tomaron parte en la fiesta, fueron muy aplaudidos, así como las parejas de baile Barta-Fraguas y Espinosa-Fernández y los cantadores de Jota Argueta, Lasierra y Royo.
Miércoles 31 de julio.
A primera hora, la Infanta visitó el Pilar. El arzobispo colocó en el manto de la Virgen el alfiler que esta le había regalado.
A las doce visitó la histórica Puerta del Carmen y después la fábrica y talleres de los hermanos Escoriaza. Sobre el edificio ondeaba la bandera de España. Allí pudo ver todos los detalles de la fabricación de grandes vagones, y los obreros sin interrumpir su trabajo, saludaron a la augusta dama.
La Infanta firmó en el álbum de la casa, y al despedirse pidió que se concediera a los obreros un día de asueto.
La Infanta visita las instalaciones de Carde y Escoriaza donde la esperaban D. Nicolás Escoriaza y sus hermanos D. Manuel y D. Virgilio. Imagen inédita de Luis Gandú.
Talleres de carpintería, de hierro y construcciones de los señores Carde y Escoriaza.
La Infanta desciende de un vagón de la empresa Carde y Escoriaza.
Posteriormente, Su Alteza se dirigió a la iglesia de Santiago, donde la esperaban el clero, la junta parroquial y numerosos fieles. Allí se detuvo ante el altar de la Virgen de la Salud, de cuya Cofradía es hermano mayor S. M. el Rey.
Estuvo luego en la iglesia de San Cayetano, donde se halla establecida la Hermandad de la Sangre de Cristo. Cerró las visitas de la mañana con una a la casa en la que vivió Palafox, y que ocupaban las religiosas de San Vicente, por cesión de la condesa de Bureta, en sufragio de su alma. En 1.909 se establecía el Asilo de la Coronación, fundado por el Cardenal Soldevila, con motivo de la Coronación de la Virgen del Pilar el 20 de mayo de 1905, para niños de situación económica precaria.
Su Alteza dio luego un paseo en carruaje por la Ronda, regresando al hotel, donde almorzó con el arzobispo y algunos oficiales del Ejército.
La infanta visita la casa de campo situada en el barrio de Casablanca donde veraneaban los asilados de Santo Dominguito de Val. Fotografía inédita de Luis Gandú.
A las cuatro de la tarde, acompañada de las autoridades y otras personalidades, la Infanta marchaba por la carretera de Valencia al barrio de Casa Blanca, donde visitó el nuevo depósito de agua para el abastecimiento de esta ciudad.
Seguidamente se acercó a la casa de campo donde veraneaban los asilados de Santo Dominguito de Val, institución benéfica fundada por el arzobispo Sr. Soldevila, con motivo de la coronación de la Virgen del Pilar. La Infanta recorría la finca, que cuenta con frondosos emparrados.
Mientras descansaba en un banco conversó con las religiosas de San Vicente de Paúl, a las que hizo muchas preguntas relacionadas con las faenas a las que se dedican en verano y cuya tarea consistía en repasar la ropa. Los niños asilados desfilaron ante la Infanta.
Institución benéfica fundada por el arzobispo Sr. Soldevila, con motivo de la coronación de la Virgen del Pilar en 1905. Fotografía inédita de Luis Gandú.
Luego, en la misma Casa Blanca, visitó las esclusas del Canal imperial de Aragón, siguiendo el paseo por las márgenes del canal, deteniéndose S.A. en el Cabezo Cortado y en el Cabezo de Buenavista, admirando desde ellos el magnífico panorama de la vega de la ciudad.
A última hora de la tarde y al regresar del largo paseo, la Infanta visitaba a la familia del Capitán General D. Luis Huerta Urrutia en los salones de Capitanía General. María Huerta, hija mayor del Capitán General y eminente soprano dramática de fama mundial, interpretó fragmentos de “El profeta” y “El Trovador”, siendo felicitada por doña Isabel.
Desde la Capitanía general se trasladaba al Hotel Europa. Ya en el hotel, el gobernador civil, señor Boente, presentaba a la Infanta los periodistas que hicieron la información de su estancia en esta ciudad, quien rogó le fueran enviados los periódicos locales y los de Madrid que tiene representación en Zaragoza y publican informaciones de su viaje.
El jueves 1 de agosto, a las siete de la mañana, se dirigió la Infanta Isabel desde el hotel al Pilar, donde fue recibida por el arzobispo Sr. Soldevila y rezó ante la Virgen. A la puerta del templo fue despedida por numerosas Comisiones y personalidades. El alcalde acompañó a la Infanta hasta las afueras de la población. S.A. entregó mil pesetas para los pobres.
Así concluía el viaje a nuestra ciudad de la Infanta buena, como era conocida en los círculos de izquierdas, dejando grato recuerdo en el sentir de los zaragozanos de la época, a la espera de una nueva visita, producida un año más tarde.
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