Anteayer fotográfico zaragozano
Los Gigantes a su paso por la calle Alfonso I a la altura de los números 23 y 25. Comercios de los de toda la vida como la entonces denominada mercería Bellostas o la joyería Aladrén aparecen retratados junto a la chiquillería que no quiere perder detalle del desfile. En el número 23 se intuye la papelería-imprenta de don Pascual Pérez. En el chaflán del número 27 aparecen la clínica oftalmológica de Don Andrés Vitoria Blanco, la tienda de máquinas de escribir Underwood y en el bajo, la zapatería de Eusebio Gil. La Duquesa parece quedar reflejada en el escaparate de la desaparecida joyería y las banderas de España engalanan los balcones, mientras las dulzainas compiten con los sombreros de los caballeros. Una dama de elegante recogido y hermoso talle admira el paso de los gigantes. Colección particular a través de J. Redrado
Andaban los zaragozanos con ganas de fiesta después de una larga espera de preparativos que ya duraban un mes. Trabajadores de todos los oficios apuraban sin descanso para revocar fachadas, adecentar establecimientos o reparar desperfectos.
El diario “La Crónica” nos contaba en esas fechas, que la escalera y el cubo de pintura eran los complementos de moda en cada calle, siendo además, pesadilla de madres prolíficas y esposas de maridos despistados llegados a casa como nazarenos, a pesar de los carteles que avisaban: “cuidado con la pintura”.
Las obras del ayuntamiento también iban a la par en cuanto a las prisas, presentando ese año como novedad, la flamante iluminación del Monumento a los Mártires, así como otros edificios y plazas engalanados para celebrar las fiestas de Nuestra Señora del Pilar, como la propia plaza del Pilar, el Palacio de la Diputación y la cúpula del Casino Mercantil.
Los visitantes iban llegando por tren a miles, llenando posadas y fondas, trasladados en tranvías y coches hasta sus destinos haciendo una amalgama de paisanos con distintos tonillos y prendas de vestir.
También los teatros abrían sus puertas después del periodo estival para recibir al ciudadano dispuesto a entretenerse, lo que le daba a la ciudad un brillo añadido e importancia frente a los forasteros. En Parisiana, la estrella Raquel Meller; en el Principal, la aplaudida compañía de Lara; en Variedades, como su nombre indica, excéntricos cómicos, una cantante de aires regionales acompañada de un profesor de guitarras y una pareja de hermosas mujeres que cantaban y bailaban; en el teatro Circo, la compañía de Mr. Alphonse Rancy; y en la Alhambra, Foliers, el eminente imitador de estrellas.
¡Y qué decir de la ex huerta de Santa Engracia! Allí se instalaba el real de la feria dando la posibilidad de comprar quincalla, churros, frutas exóticas, dulces y ver a “fenómenos”, tómbolas y espectáculos con un gran circo, varios carruseles, tiro al blanco y otras diversiones.
La feria de ganados también se puso en marcha presentando su ganadería mular, asnal y caballar, aunque se presumía no tan concurrida como otros años por las dificultades que ofrecía su conducción.
La chavalería, siempre dispuesta al encuentro de los Gigantes y Cabezudos al sonido de la dulzaina con la cara lavada y la ropa limpia, acompañando con su alegría y sus ánimos por corretear y disfrutar con los colosos de la tierra; pero como no solo de gigantes y carruseles viven las fiestas, la Sociedad Gimnástica Zaragozana organizaba, de acuerdo con la Comisión de Festejos, un festival en el que se pudo disfrutar del lanzamiento de disco y de barra, saltos de pértiga y con trampolín, carreras, dos kilómetros, velocidad-resistencia y luchas de boxeo y jiu-jitsu.
“Trozo de una muralla romana”, del Ayuntamiento, diseñada por José de Yarza y Echenique. Representando a una matrona, la señorita Gloria Velilla, llevando como esclavas a las niñas Conchita Gaudó y Pilarín Sierra a su paso por la calle Alfonso I. La carroza del Excmo. Ayuntamiento participaba fuera de concurso. Colección particular a través de J. Redrado
El campeonato deportivo tenía carácter regional pudiendo inscribirse todos los jóvenes aragoneses que lo desearon y ofreciendo a los vencedores como premios artísticos, objetos de arte.
Aquel domingo, día 10 de octubre de 1915, se anunciaba desde el diario “La Crónica”, el día siguiente lunes, a las 12 de la mañana, como último día de inscripción para el certamen de jota que habría de celebrarse en el teatro Principal el día 16; teniendo que presentarse a las tres de la tarde en el propio teatro para las pruebas de eliminación, si no habían concurrido en ocasiones anteriores.
Así las cosas, poco a poco se iba formando el jolgorio que unas fiestas requieren, siendo la protagonista indiscutible, con permiso de la Virgen, la Cabalgata Industrial Anunciadora de las Fiestas del Pilar.
Dicha cabalgata sería la primera en la historia de las fiestas en presentarse ante los zaragozanos como una novedad absoluta. Si bien es cierto que en distintos actos y recibimientos de toda índole, se confeccionaban carrozas de todo tipo, la que nos ocupa sería la que diera el pistoletazo de salida para proclamar el inicio de las fiestas del Pilar. Estamos por tanto, ante un acontecimiento único que nuestros bisabuelos y abuelos vivieron con gran alborozo y que a día de hoy sigue vigente.
El día 9 por la tarde, había procedido la Comisión de Festejos al sorteo para conocer el orden en el que salieron las carrozas inscritas, salvo la propia carroza de la Comisión, confeccionada con elementos facilitados por la Diputación Provincial, por lo que se dispuso el siguiente mandato: Guardia Municipal Montada - Cuatro heraldos montados a caballo - Pedal Aragonés - Velo Sport - Pelotón anunciador - Carroza del señor Orús – Banda del Hospicio - Carroza del señor Moliner – Vanguardia exploradores - Carroza de los exploradores - Banda de Aragón - Tropa de exploradores - Carroza del Ayuntamiento - Carroza del señor Benedicto - Comparsa del Circo - Carroza del Gremio de Confiteros – Carroza de la Federación Patronal - Carroza de la Comisión de Festejos - Banda de Galicia - Guardia Municipal Montada.
Dispuesto el orden de salida se incluía además para el día 10 la organización desde el paseo de Pamplona a la una de la tarde, dando el comienzo de la cabalgata anunciadora en la plaza de Aragón, una hora más tarde. Se convino además dar cuatro premios por el jurado competente a las carrozas mejor engalanadas, uno de ellos de 1.000 pesetas, otro de 500 pesetas y dos más de 250 pesetas cada uno.
Comparsa de Gigantes y Cabezudos por el paseo de María Agustín y el paseo de Pamplona, a la altura de la Puerta del Carmen, que se asoma tímidamente a la derecha de la imagen. En primer plano, la Forana en sus últimos Pilares como soltera, ya que al año siguiente “contraería matrimonio” con el Forano. Junto al resto de chiquillería, el Berrugón y el Tuerto abren paso a la comitiva de los Gigantones. Fotografía inédita de la Colección de Manuel Ordóñez
A las nueve de la noche, la banda de música provincial amenizó con su buen hacer el paseo de la Independencia hasta las once con un concierto desde el quiosco.
Como podemos entender, las fiestas se prometían de lo más dicharacheras y aprovechables. Bien merecido se lo tenían los zaragozanos de la época, que en el año anterior habían visto mermar sus negocios y sus sueldos por la situación de guerra internacional que se estaba viviendo al otro lado de los Pirineos, hasta el punto de que las conversaciones en las plazas giraban en torno al número de muertos del bando ruso o alemán, según las simpatías.
Pero volviendo a la cotidianeidad de la ciudad, regresamos a los balcones de plazas y calles engalanados con tapices y paños para celebrar las fiestas patronales, que desde el punto de la mañana se afanaban en colocar los zaragozanos más madrugadores.
Y como no puede faltar en las fiestas, la climatología era un factor a tener en cuenta, porque desde que se recuerda, la lluvia suele visitar la ciudad aunque solo sea para saludar a la Virgen.
Una hora antes de la salida de la cabalgata se vivieron momentos de tensión a la espera de si descargaba o escampaba después del diluvio de la noche anterior, aunque al parecer, don Juan Busset —a la postre presidente de la Comisión de Festejos— tuvo unas palabras con el tiempo y no pasó la cosa a mayores, salvo por el barro que se había acumulado en el firme, con la consiguiente incomodidad para los viandantes y la suciedad visible en parte de la comitiva.
Ocho fueron las carrozas que concurrieron a la cita con sobresaliente resultado, siendo aplaudidas y vitoreadas por cada calle que pasaron, y aquí las enumeramos para mejor conocimiento y admiración:
“Carroza Luis XV”, de don Joaquín Orús, “Tocador estilo Luis XV”, de la casa de muebles del señor Moliner, “Alegoría de España”, de los Exploradores, “Trozo de una muralla romana”, del Excelentísimo Ayuntamiento, “Jarrón Griego”, de la Asociación de Reposteros, Confiteros y similares, “Templo Griego”, de la Asociación de la Patronal, “Consecuencias de la Guerra”, del horticultor don Mariano Benedicto, “Centro de Mesa”, presentada por la Comisión de Festejos.
Alegoría de España, de los Exploradores. Carroza del día 10 de octubre desfilando un día antes de la bendición de su bandera. El trono era ocupado por la bellísima Teresa Abadías que empuñaba la bandera nacional. A su lado, dándole guardia, los heralditos Juan Beltrán, Paquito Goyena, Antoñito Fantoba y Feliciano Abadías y el paje Jesús Villanueva. En la carroza se aprecia el emblema inicial de los exploradores, “Siempre Adelante” y el escudo del emperador Carlos V. La carroza obtuvo el primer premio compartiendo las 1.000 pesetas con el gremio de los confiteros. Colección particular a través de J. Redrado
Las Sociedades “El Pedal Aragonés” y “Velo Sport” desfilaron con side-cars, motos y bicicletas adornadas con flores y banderas. Ellos vestían trajes de sport, llamando la atención la niña Miguelita Polo de 5 años, ataviada con una bonita mantilla blanca.
Los exploradores acudieron a la cita con banderas nacionales, también estuvieron las bandas del Hospicio, Galicia e Infante, caballistas del circo Rancy, heraldos y guardia municipal montada dando mayor colorido y espectacularidad si cabe.
A las tres de la tarde y previos chupinazos de rigor, dio comienzo el desfile desde la plaza de Aragón como ya se había establecido siguiendo el camino natural por el paseo de la Independencia hasta la plaza de la Constitución, entrando por la calle de D. Jaime I, y de ahí a la calle del Pilar y a la plaza del mismo nombre, continuando por la calle de Alfonso I saliendo al Coso hasta la calle Cerdán. La penúltima parada sería en la calle de Antonio Pérez para salir al paseo del Ebro, donde se disolvió ante la algarabía de la gente.
La carroza de los Exploradores se averió a la altura de la calle del Pilar costando una media hora su reparación, mientras tanto, en la carroza del señor Orús se repartían lunas biseladas; la perteneciente al señor Moliner hizo otro tanto con tarjetas artísticas perfumadas; y la que ocupaba la de los confiteros, dulces en abundancia.
Casi todas las carrozas estaban montadas sobre camiones de los regimientos de artillería e ingenieros, conducidos por soldados ataviados como cada carroza exigía, así como los atalajes de las caballerías.
Los conductores de la Comisión de Festejos vestían los uniformes de los establecimientos provinciales de la Beneficencia.
Habiéndose hablado de cuatro premios en metálico, no podía faltar un jurado que dictaminara la valía y calidad de cada carroza, por lo que los elegidos para tal misión fueron los siguientes:
Don Dionisio Lasuén, don Antonio Lasierra, don Antonio González y don Francisco Marín Bagüés. El otro vocal que era el señor Lafuente no pudo asistir.
Templo Griego, de la Federación Patronal. La señorita Olvido Urcola Giménez, recibía como diosa del trabajo la adoración de algunos esclavos y el homenaje que le tributaban cuatro grandes pebeteros con incienso perfumando el ambiente. La carroza fue galardonada con el tercer premio de 250 pesetas, compartido con el Tocador estilo Luis XV de la casa Moliner. Colección particular a través de J. Redrado
El jurado se constituyó en el balcón del domicilio que don Antonio Portolés poseía en la plaza de Aragón en el nº 13, y desde allí se valoró durante varios minutos la calidad de cada carroza, así como su belleza y armonía.
Después del desfile, el jurado lanzó su veredicto quedando de esta manera:
Se dividió el primer premio en dos, de tal modo que se repartieron 500 pesetas para cada una de las carrozas de la Sociedad de Confiteros y la de los Exploradores, en lugar de las 1.000 pesetas ofrecidas a un solo primer premio. El segundo premio sería para don Joaquín Orús con su carroza estilo Luis XV con 500 pesetas. El tercer premio fue concedido al Tocador estilo Luis XV de la casa Moliner con 250 pesetas y se hace una mención igual para la carroza de la Federación Patronal con otras 250 pesetas. Por lo que el tercer premio quedaba dividido igualmente como se había hecho con el primero.
El diario “La Crónica” estimó justo el fallo y se hizo eco del clamor popular para que la Cabalgata Industrial Anunciadora de las Fiestas del Pilar se repitiera en días posteriores, de ese modo los forasteros que aún quedaban por llegar pudieran disfrutarla igualmente. Como no podía ser de otro modo, la Comisión atendió el ruego.
Alguna novedad más se vivió en aquellos Pilares de 1915, como el cambio de itinerario en la retreta, siendo la junta de vecinos de la calle don Jaime I quien solicitaba ese cambio para que pasara por su calle, petición que fue escuchada y admitida por la Comisión de Festejos.
A las dos de la tarde hacían aparición los Gigantes y Cabezudos, y a esa misma hora dos bandas de música amenizaban las calles con escogidas composiciones.
También hubo fuegos japoneses y disparo de cohetes con figuras grotescas y juguetes.
En el santo templo de Nuestra Señora del Pilar se cantó la grandiosa salve del maestro Lozano y se repartieron 12.000 bonos de 0,25 pesetas cada uno para los pobres, siendo satisfechos en el Asilo de la Caridad y en la Tienda Económica.
El día 11 de octubre, además de la bendición de la bandera de los Exploradores, se procedió a otros actos en el edificio de museos, en el que se expusieron trabajos manuales realizados por los propios boy scouts siendo la lluvia la protagonista indiscutible por resultar copiosa durante todo el día.
Carroza representando un gabinete de estilo Luis XV de la casa de muebles del Sr. Moliner, a su llegada a la plaza de la Constitución, tras recorrer el paseo de la Independencia. Asemejándose a tres figuritas de Sévres, las señoritas Ascensión Lloro, Encarnación Serrano y Manolita Núñez ocupaban el tocador. Fotografía inédita de la Colección de Manuel Ordóñez
Para presidir este acto se eligió como madrina a la infanta Beatriz de Borbón y Battemberg, aunque S.M. el rey declinaba tan simpática invitación por la corta edad de la infanta, que en ese momento tan solo contaba con 6 años de edad; por lo que fue representada por Doña Manuela de Yarza e Isasa, esposa del Gobernador Civil.
Ofició el arzobispo de la ciudad, el señor Soldevila con sus mayordomos señores Artigas y Magaña, asistiendo a la ceremonia las autoridades pertinentes de la Diputación Provincial de Zaragoza y el Ayuntamiento, así como representantes de los exploradores en La Rioja, Huesca, Calatayud y Tudela; y el cónsul de Alemania, señor Freudenthal, entre otros, llegados a Zaragoza el día 10 para tal acto. También estuvieron presentes los representantes del comité central llegados desde Madrid.
El presidente del comité zaragozano, el catedrático de Pediatría, Patricio Borobio y Díaz, izó la bandera en presencia de gran gentío y el arzobispo la bendijo en pleno paseo de la Independencia.
En el quiosco de la música, adornado con plantas, se alzaba un trono que ocupaban la mencionada doña Manuela de Yarza e Isasa, en representación de la Infanta y las autoridades. A derecha e izquierda se instalaron dos amplias tribunas para las señoras y señoritas invitadas. El altar se instaló frente al convento de Jerusalén, hoy derribado.
El prelado pronunció un elocuente discurso y después, a los acordes de la Marcha Real, se adelantó la escuadra de los exploradores con la bandera arrancándose el señor Borobio con un discurso patriótico ofreciendo a la infanta y a los presentes la gratitud de todos ellos.
Ante la bandera sostenida por la esposa del gobernador desfilaron los precursores del escultismo en nuestra ciudad, al fin con bandera propia, costeada por suscripción popular.
El día 12 se vivió el rosario de la Aurora desde la iglesia de San Pablo a las 5 de la mañana y una hora más tarde se dispararon bombas reales en honor a la patrona y repique de campanas en todas las iglesias y conventos. Diana militar desde la plaza Aragón con traje de gala, y de nuevo la comparsa de Gigantes y Cabezudos, de nueve a once de la mañana. A las nueve y media solemne fiesta religiosa oficiada por el arzobispo Soldevila con la corporación municipal, en la que se incluía dentro del acto la comitiva que acompañaba a la virgen junto a la carroza procesional de la imagen de plata repujada, obra del orfebre valenciano, Miguel Cubelles, rematada en 1620, del mismo material que la peana que portaba a la virgen. La imagen mariana aparece sin niño en brazos, representación poco habitual, ni manto que la cubra y con un rostro un tanto enigmático.
Peana de plata que salió en procesión con la virgen aquel 12 de octubre por primera vez. Al fondo, el Retablo del Altar Mayor del templo mariano. Se aprecia en el frontal la última cena, que actualmente encabeza la procesión del Corpus, mientras que en la procesión del día del Pilar la encabeza el frontal opuesto, que representa la venida de la Virgen. Colección particular a través de J. Redrado
Utilizada por primera vez en esta procesión del 12 de octubre de 1915, tras su estreno el día 3 de junio del mismo año, con motivo de la festividad del Corpus Christi, fue un regalo del señor Lapuerta, siendo su autor el Sr. Albareda.
Podemos distinguir en el primer frontal a San Braulio, San Valero, la última cena, el escudo del Cabildo, así como el escudo del arzobispo Soldevila. En el segundo frontal aparecen la Venida, San Lorenzo, San Vicente, el escudo de Zaragoza y el de Aragón. Por último, despuntarían los bustos de Santa Isabel, San José de Calasanz, San Pascual Bailón, Santiago, Santa Engracia y San Pedro Arbués.
Más tarde se produjo el posterior traslado a la Casa Amparo para presenciar la comida extraordinaria, preparada con motivo del día del Pilar. De once a una concierto militar en la plaza de Sas y salida a las cuatro de la tarde de la procesión con las autoridades, cofradías, hermandades y corporaciones por las principales calles de la ciudad. La Guardia Civil celebraba la festividad de su patrona con una misa rezada en el Pilar en recuerdo de los compañeros fallecidos.
La Sociedad General de Sport celebraba en la Quinta Julieta a las tres de la tarde, un festival taurino en el que los niños acudían vestidos con traje de luces y la Junta otorgaba un premio en metálico al niño que más se distinguió en todas las suertes del toreo, con bravísima novilla del señor Supervía. A las nueve de la noche de nuevo banda de música en el paseo de la Independencia.
Para el día 13 se procedió al solemne acto de bendición de los automóviles de Zaragoza por el arzobispo y corrida con seis toros a las tres de la tarde, con ganadería de Patricio Medina Garvey y el arte de “Cocherito de Bilbao”, “Gallito” y “Limeño”.
Por la noche procesión del suntuoso Rosario general en el que figura un nuevo farol de la Real Cofradía del Rosario, con idéntico recorrido que la procesión del día anterior. Por último, de nueve a once gran concierto en el quiosco de la música del paseo de la Independencia.
Como podemos comprobar, fueron esos Pilares de 1915 dignos de conocer y guardar en nuestra memoria.
Las primeras Carrozas Anunciadoras de las Fiestas del Pilar, la bendición de la bandera de los exploradores, la Peana de la Virgen repujada en plata, con la imagen mariana, el nuevo farol de la procesión del Rosario y la repercusión que todo ello tuvo en el sentir de los zaragozanos, así como en los medios de comunicación de la época, nos hacen pensar y valorar la singularidad de aquellas jornadas. Basten estas imágenes para comprobar lo que aconteció y vivieron nuestros antepasados.
Consecuencias de la Guerra, carroza del horticultor Mariano Benedicto, única donde no había personajes vivientes, ya que representaba la desolación y la miseria como consecuencias de la guerra. Cabezas de cartón y cuerpos vestidos de brotes, con un gran cañón que disparaba puñados de flores y prospectos. No obtuvo premio. Colección particular a través de J. Redrado
En las imágenes tomadas en la calle Alfonso I vemos a la izquierda la marquesina del Café Moderno, le siguen un par de edificios (nº 3 y 5 retranqueados respecto a los demás) todavía alineados como en la vieja calle del Trenque (de la que surge la calle Alfonso I hacia 1865), y a continuación el bloque de los Gil con su famosísimo almacén y su no menos conocida publicidad aprovechando el medianil. Apenas cuatro años más tarde, en octubre de 1919, los distinguidos “Grandes Almacenes El Águila” se trasladarían a esa ubicación (nº 3 y 5) dejando libre el local regentado desde 1904 en la plaza de la Constitución —hoy de España—. Se alinearía por fin ese tramo de la calle Alfonso I quedando tal y como lo conocemos hoy. Arriba a la derecha, una de aquellas magníficas farolas heredadas de la Exposición de 1908. En esa época, la crema eclipse (betún para calzado) que aparece publicitada en el citado medianil, era fabricada por la "Société Générale des Cirages Français" con sede en Santander, siendo un complemento imprescindible en la vida de los zaragozanos por las deficiencias en el asfaltado y la consiguiente incomodidad para todos ellos. Anteriormente se comercializaba con el nombre de "La Perra Gorda" en alusión a los 10 céntimos que costaba su caja, y para ilustrarlo, se representaba con la imagen de dicha moneda.
El fotógrafo Enrique Beltrán tenía el estudio en la calle Méndez Núñez 14, sucesor de Hortet a partir de 1885. En los inicios del siglo XX se traslada a la calle Alfonso I nº 1, tal como aparece sobre la marquesina del café Moderno, a la izquierda de las imágenes.
A su lado, domiciliada en el nº 5 desde hacía un par de años, la casa “Yost”, primera marca en máquinas de escribir, símbolo de la modernidad de la época y precursora de la independencia de las mujeres, fomentando el trabajo autónomo que propiciaba su aprendizaje. Era dirigida entonces en España por Dña. María Espinosa de los Monteros, feminista de pro, a quien Zaragoza hoy dedica una calle.
Jarrón griego de la sociedad de confiteros, reposteros y similares. Ocupaban cuatro asientos en las bases del jarrón: Irene Montañés, Carmencita Ayuda, Carmen González y Filomena Lagraba. Obtuvo el primer premio de 1.000 pesetas repartido con la Alegoría de España, de los Exploradores. Colección particular a través de J. Redrado
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