Anteayer fotográfico zaragozano
La vida, con sus idas y venidas, con sus alegrias y tristezas, bulle en torno al transformacor eléctrico del camino de las Fuentes.
Desde finales del siglo XIX pero fundamentalmente desde los inicios del XX, el espacio urbano de Zaragoza comenzó a expandirse, liberándose del constreñimiento al que lo había sometido históricamente el muro medieval de rejola levantado desde mediados del siglo XIV a fin de proteger a la «población», el espacio urbano allende los límites de la ciudad romana y constituido por los barrios nacidos más allá de sus murallas, de las amenazas exteriores.
El límite suroriental de la ciudad lo marcaba entonces la puerta del Duque de la Victoria, punto de entrada y salida de aquellos que, salvada la Huerva mediante el puente de San José, la abandonaban o ingresaban en ella por aquella zona.
Extramuros de la ciudad, el llamado “camino del Bajo Aragón” era un vial poco urbanizado que, hacia 1920, había visto crecer a su vera diversas edificaciones de relevancia.
Junto al puente, lavaderos y fábricas de harina hacían uso, cada uno según sus necesidades, de la cercana corriente fluvial, compartiendo vecindad con el antiguo convento de San José, reconvertido primero en penal y desde 1908 en cuartel de intendencia.
Más adelante, poco después de la bifurcación entre esta vía y “la de la subida a Torrero” (actual avenida de San José) se alzaba el flamante matadero o macelo municipal, primera obra de Ricardo Magdalena, culminada en 1885, a cuya sombra nacería el barrio de Utrillas, nombre con el que era conocida desde 1904 la antigua estación ferroviaria de Cappa, terminal de la línea que, desde 1865, unía la capital del Ebro con Escatrón para refundarse, años después, en terminal carbonera del ferrocarril de Utrillas-Montalbán, en uso hasta 1966.
“Villa Asunción”, ecléctico palacete de romántica y trágica génesis y las instalaciones de la Granja Agrícola Experimental de Zaragoza en los campos de Montemolín completan los hitos materiales más notables que jalonaban en los primeros años de los 1900 aquel tradicional “camino del Bajo Aragón”, rebautizado en su tramo urbano como avenida de Miguel Servet, denominación que aún conserva.
Jesús Cormán nació en Ojos Negros (Teruel) en 1884. De formación mercantil, trabajó en la Azucarera del Gállego, de la que fue administrador. El director de la fábrica, el señor Schneider, le inculcó el gusto por la fotografía y le transmitió sus conocimientos y experiencias.
Su legado se encuentra contenido en el más de medio centenar de placas estereoscópicas datables en los primerísimos años 20 del siglo XX que se custodian en el Archivo Municipal de Zaragoza.
Para la realización de esta imagen, el Sr. Cormán se ha situado en la intersección de la avenida de Miguel Servet con el camino de las Fuentes. Si hubiéramos de trasladarla a la Zaragoza de hoy diríamos que, aun a riesgo de su integridad física, se encuentra en la intersección de la mentada vía de Miguel Servet con la calle del Compromiso de Caspe.
A sus espaldas tendría la dedicada a la memoria de Fabiola Fernanda María de las Victorias Antonia Adelaida de Mora y Aragón, nonata en aquel entonces y reina consorte de los belgas tres décadas después. El edificio de la derecha, correspondería aproximadamente con el número 2 de Compromiso de Caspe, aquel cuyos bajos están ocupados por una conocida tienda de muebles.
En primerísimo término y sobre el adoquinado los raíles de la línea tranviaria 1 (Bajo Aragón), inaugurada en octubre de 1885, y por lo tanto, como refleja su numeración, la primera con la que contó la ciudad. Electrificada en 1902 y desaparecida en 1975 unía la céntrica plaza de la Constitución (hoy de España) con los ya nombrados matadero municipal y la antigua estación de ferrocarril de Utrillas.
En los primeros años de la década de los cincuenta del siglo XX sería prolongada hasta alcanzar los pabellones de la flamante Facultad de Veterinaria de la Universidad de Zaragoza, en la carretera de Castellón, o de Alcañiz.
Frente a nosotros, el arranque del camino de las Fuentes (anteriormente, de Herederos) propiamente dicho, flanqueado por una doble hilera de árboles y con la acequia a cielo abierto. Esta última es la de San José o “de las Adulas”, que, tras tomar sus aguas del Canal Imperial de Aragón y descender por gravedad por el parque de Buenavista y el paseo de Ruiseñores, recorría el camino de las Torres tras atravesar el paseo de Sagasta.
Se encuentra urbanizado únicamente en su primer tramo, el que vemos; en el resto de su recorrido discurre a través de una sucesión de torres y campos de labor.
Y así sería hasta la parcelación de las calles Rusiñol y Hogar Obrero a comienzos de la década de los veinte del pasado siglo y, posteriormente, ya en los cincuenta, con la inauguración de las viviendas impulsadas y promovidas por Ángel Escoriaza Castillón, hijo del primer vizconde de Escoriaza, para satisfacer la demanda de viviendas de los trabajadores de los tranvías de Zaragoza, intervenciones ambas que constituyeron el germen del actual barrio de las Fuentes.
Los edificios de la izquierda corresponden al número 64 del camino de las Fuentes, el de mayor altura y prestancia, con portón de gran alzado para el tránsito a través de él de caballerías y vehículos motorizados, y a las mucho más modestas parcelas con los 64 duplicado y 64 triplicado, según nos informan los planos de la época.
Detalle del edificio de viviendas número 64 del camino de las Fuentes y de sus aledañas industrias.
En la planta baja de estas últimas se abren al público el taller de calderería de don José Claver y el de construcciones metálicas de “Bueno Hermanos”. Con el tiempo, ya a mediados de los sesena, el primero de ellos uniría el destino de su empresa al del químico Andrés Izuzquiza Latre, creando una nueva, “Kalfrisa”, dedicada a la calefacción, refrigeración y a la construcción de cocinas industriales.
Frente a ellas, al otro lado de la acequia, el lateral del inmueble número 27 de la avenida de Miguel Servet.
Personalmente, esta placa me parece notable. Y si es así es porque se sale de lo ordinario En primer lugar por su exotismo, al mostrar el aspecto de un punto del viario zaragozano hoy perfectamente integrado en su estructura pero marginal y prácticamente virgen hace un siglo al encontrarse alejado del centro de la ciudad; también por la frescura y espontaneidad de la actitud del elemento humano presente.
Aquí no nos asomamos, como en tantas otras ocasiones, al ajetreo o al ocio propio de la burguesía de la ciudad. No se nos muestran sedas, canotieres, peinetas, chalecos con leontinas ni mantones de Manila en el marco de una calle céntrica y comercial flanqueada por viviendas nobles en cuya decoración abundan los trabajos exquisitos en madera y las filigranas metálicas tan “à la mode”.
Se pasea , se descansa, se ojea el diario, como cada día; en pocas palabras, se vive y, de pronto, uno queda detenido en el tiempo.
En su lugar vemos el desempeño de cuatro hombres, tal vez cuatro trabajadores, cuatro personajes humildes y anónimos residentes o empleados en una vivienda o una industria del entorno.
Tocados con gorras y vistiendo prendas baratas y duraderas, algo fundamental, de pana, uno parece mirar sonriente al fotógrafo ajeno a la inmortalidad que éste, sin saberlo, va a brindarle; otro, con un gesto un tanto apresurado, está a punto de alcanzar la acera. Un tercero dormita sobre la barandilla metálica del banco en el que se asienta, una especie de parapeto que separa a los peatones del transformador eléctrico que ocupa el espacio central de la imagen, en tanto que el último parece informarse de la actualidad local, nacional e internacional a través de las páginas de uno de los diarios de la ciudad.
Este último hecho, aunque no excepcional, no es tampoco baladí en una época en la que prácticamente la mitad de los 140.000 habitantes de la ciudad eran analfabetos.
En el ejemplar, abierto de par en par, se informa de los avatares de las incontables huelgas que se desarrollan en la ciudad, de los coletazos del reciente asalto revolucionario al cuartel del Carmen o del vil asesinato de tres servidores públicos en acto de servicio.
Ajeno a sus cavilaciones, el gobierno de los Estados Unidos ha declarado la Ley Seca, la puesta en vigor del Tratado de Versalles fragmenta Europa y anticipa el auge de movimientos nacionalistas y autoritarios futuros al tiempo que los movimientos revolucionarios comunistas surgidos al calor de la Revolución Rusa son prontamente sofocados.
En España, Eduardo Dato, presidente del Partido Conservador, gana las elecciones y revalida su presidencia del Consejo de Ministros, siempre acuciado por el conflicto del Rif.
Pero, ¿qué importa todo esto si este momento quedó congelado para siempre por obra y gracia de la fotografía hace ahora cien años, si es precisamente tan pequeño milagro el que ahora realmente nos interesa?
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